Miércoles 18 junio 2025 a las 19.00: 22
domingo, 29 de junio de 2025
¿CADA UNIVERSO TIENE SU DIOS? 6
El universo como herencia
La muerte de un universo no es un olvido, sino una herencia comprimida. Un universo nuevo no parte de cero: parte de un estado de altísima densidad informativa. Lo que los físicos llaman “singularidad” podría ser, en este marco, un nodo de conciencia comprimida, una semilla cargada de memoria.
Podemos entenderlo mejor si lo comparamos con el proceso de la vida vegetal. Pensemos en una espiga de trigo: nace de un grano, crece, desarrolla su tallo, extiende sus hojas, y al alcanzar su plenitud, genera nuevas espigas, cada una con múltiples granos. Ese momento de máxima expansión es también el umbral de su colapso: la espiga madura, se seca, y su estructura muere. Pero en cada grano que deja atrás, hay una réplica del programa original —el mismo ADN que contenía la semilla inicial, ahora multiplicado y enriquecido por el entorno que vivió, listo para reiniciar el ciclo.
Del mismo modo, cuando un universo alcanza su máxima expansión —su "espiga madura"— y comienza a colapsar en agujeros negros, está generando los granos cósmicos que llevarán consigo la energía, la información y el programa del universo entero. Cada agujero negro es entonces un grano cósmico, una semilla universal, lista para ser sembrada en el tejido del multiverso, donde podrá dar origen a un nuevo tallo, a una nueva espiga, a un nuevo universo.
La metáfora no es solo poética, es estructural: tanto en el trigo como en el cosmos, los procesos parecen obedecer a una lógica fractal y replicante, donde el colapso no es destrucción sino maduración, y la muerte no es final sino condición para la continuidad. Así como cada grano contiene todo lo necesario para reconstruir la planta, cada agujero negro podría contener todo lo necesario para reconstruir el universo.
Y si aceptamos que cada universo contiene una forma de inteligencia en evolución, cada nueva semilla no parte de la ignorancia, sino de la experiencia acumulada. Así, el Dios que crece en cada universo sucesivo no es una invención desde cero, sino una inteligencia en expansión, que recuerda, aprende y se renueva, como una cepa que pasa de vino en vino, afinando su esencia.
Cada universo hijo, entonces, no es solo un despliegue físico, sino un acto de continuidad espiritual. Una expansión de todo lo aprendido, vivido y experimentado en el ciclo anterior. Y por tanto, cada nuevo universo nace ya con una inteligencia latente, con un "Dios embrión", con una semilla de divinidad que se expandirá a través de su historia.