jueves, 21 de diciembre de 2023

EL NACIMIENTO DE VENUS

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El nacimiento de Venus (en italiano: La Nascita di Venere) es un cuadro realizado por el pintor renacentista Sandro Botticelli, una de las obras cumbre del maestro florentino y del Quattrocento italiano. Está ejecutado al temple sobre lienzo y mide 278,5 cm de ancho por 172,5 cm de alto. Se conserva en la Galería Uffizi, en Florencia, donde está expuesto en la sala 10-14, llamada «de Botticelli».

El término “Temple”, deriva del latín medieval temperare que significa “mezclar” pero el auténtico se conoce como temple al huevo, esta técnica en realidad mezcla pigmentos de colores con yema de huevo. Es una técnica muy antigua que se hizo muy popular y generalizada en la edad media y en los primeros tiempos del renacimiento.

Este cuadro fue en su tiempo una obra revolucionaria por cuanto presentaba sin tapujos un desnudo no justificado por ningún componente religioso, así como un tema mitológico procedente de la cultura clásica grecorromana anterior al cristianismo, lo que suponía la plena aceptación —al menos por parte de las élites culturales— del nuevo humanismo renacentista alejado del oscurantismo medieval. Su interpretación iconográfica se vincula con la Academia Platónica Florentina, un círculo intelectual patrocinado por la familia Médici que se desarrolló tanto en el terreno de la filosofía como de la literatura y el arte. El significado de la obra está relacionado pues con el neoplatonismo y la formulación por Marsilio Ficino de un concepto idealizado del amor donde la figura de Venus se desdobla en dos versiones complementarias, la Venus celeste y la Venus terrenal, que simbolizan el amor espiritual y el amor material, una teoría derivada de El banquete de Platón.

Por otro lado, la inspiración para el tema representado por Botticelli cabe buscarla en fuentes literarias como las obras clásicas de Ovidio y, especialmente, Angelo Poliziano, miembro de la Academia Florentina que en su obra Stanze per la Giostra (1494) describía en verso el nacimiento de Venus. Cabe señalar que esta obra estaba dedicada a glosar el amor imposible que profesaba el noble Giuliano de Médici por la bella y virtuosa Simonetta Vespucci, quien fue la modelo para la figura de Venus. Tradicionalmente se creía que el encargo del cuadro había procedido de Lorenzo di Pierfrancesco de Médici, primo de Lorenzo el Magnífico, según un comentario realizado por el historiador renacentista Giorgio Vasari, pero no existen pruebas documentales de tal hecho, por lo que hoy día se desconoce el comitente del cuadro así como la fecha exacta de su realización.

Alessandro di Mariano di Vanni Filipepi, es el auténtico nombre del apodado Sandro Botticelli (Florencia, 1445-ibídem, 1510) fue discípulo de Filippo Lippi.

Según concuerdan la mayoría de las fuentes, la modelo de Venus fue Simonetta Cattaneo, de casada Simonetta Vespucci (   1453-1476), una joven de gran belleza, fallecida prematuramente a los veintitrés a causa de la tuberculosis.

Según el mito, la diosa fue transportada por Céfiro, dios del viento oeste, hasta tierra, y acogida por las Horas, las diosas de las estaciones, quienes la vistieron y condujeron a la morada de los dioses. Así, Botticelli omite el suceso truculento de la castración y se centra en el surgimiento de la diosa del mar y su llegada a tierra impulsada por los vientos, en medio de una lluvia de flores que simbolizan la fecundación del mar por el cielo.






Podemos observar como resuelve los ojos con un vigoroso dibujo de sus contornos y párpados con colores tierra y, en la superficie de la piel, para dar volúmen, utiliza el esfumato, la técnica inventada por Leonardo da Vinci




En la escena representada por Botticelli, Céfiro aparece a la izquierda insuflando un soplo de viento a Venus. Vemos como el soplo está pintado al estilo “cómic” como si echara vapor o humo por la boca. Transporta en sus brazos a Cloris (Flora en la mitología romana), la diosa de las flores y los jardines, mujer de Céfiro, y están rodeados de flores que parecen caer del cielo. Son rosas, la flor del amor, creada según el mito al mismo tiempo que la diosa.​ Según otra interpretación, en vez de Cloris podría tratarse de Aura, la diosa de la brisa. En el centro aparece Venus desnuda sobre una concha, símbolo de fertilidad.














Destacar aquí el color dorado del cabello, como se fueran cabellos de oro y como contornea con líneas los dedos de la mano.





 A su lado, en la esquina inferior izquierda, aparecen unos juncos marinos, en medio de unas olas en forma de V. como puede verse una forma bastante irreal de representar las aguas marinas, lo que indica que no tenía ni idea pues su especialidad eran las figuras no el paisaje, terrestre o marino.









A la derecha aparece una de las Horas, seguramente la Primavera, que tiende un manto púrpura para cubrir a la diosa recién nacida. Lleva un traje floreado, blanco y bordado de acianos. Un cinturón de rosas rodea su cintura y en el cuello luce una elegante guirnalda de mirto, planta sagrada de Venus y símbolo del amor eterno. Entre sus pies florece una anémona azul, que se relaciona con la llegada de la primavera. Los árboles del fondo son naranjos, veteados de flores y espinas doradas, imitando el color del cabello de Venus. Observando los árboles da la sensación de que son artificiales, de plástico, lo que redunda en lo que dije de su desconocimiento de como representar el paisaje.

El paisaje del fondo es meramente decorativo, poco real pues lo importante en la imagen son las figuras, dispuestas a modo de friso. Esta sensación se refuerza por la poca sensación de profundidad que ofrece el cuadro, que parece un collage con un fondo plano y unas figuras superpuestas. Las olas del mar dan más sensación de alfombra que de ondas marinas y los árboles de la derecha no guardan relación de proporción con las figuras. En cuanto a cromatismo, los tonos verdeazulados de cielo y mar contrastan con los tonos pálidos de las figuras, mientras que los toques dorados esparcidos por todo el cuadro proporcionan luminosidad al ambiente.

La postura de Venus imita las de la estatuaria clásica grecorromana, un guiño del pintor a la tradición que sin duda sería reconocido por el espectador más erudito. La figura está desplazada ligeramente a la derecha, con lo que el peso recae sobre la pierna izquierda, una postura conocida en el arte clásico como “contrapposto”. Con su mano derecha se tapa los senos, mientras que con la izquierda sostiene una mata de su larga cabellera rubia con la que se cubre la ingle. Esta postura recuerda la de la Venus Púdica, una tipología frecuente en la estatuaria clásica, como la Afrodita de Cnido, la Venus Capitolina, la Afrodita de Menofanto o la Venus de Médici.​ Sus rasgos faciales, como los de la mayoría de personajes retratados por el artista, destacan por sus finas narices, pómulos pronunciados y recias mandíbulas, destacando la estructura ósea de las figuras.

En consonancia con estas teorías, en El nacimiento de Venus Botticelli simbolizó con la contraposición luz-oscuridad la dicotomía entre materia y espíritu: en la parte izquierda del cuadro la luz corresponde al alba (Céfiro era hijo de Aurora, la diosa del amanecer), mientras que en la parte derecha, más oscura, se sitúa la tierra y el bosque, como elementos metafóricos de la materia. Venus se encuentra en el centro, entre el día y la noche, entre el mar y la tierra, entre lo divino y lo humano.

El cuadro está realizado al temple sobre lienzo. Por lo general, en sus obras de caballete preparaba la superficie con blanco de España y blanco de color en polvo, ligados con cola de carpintero. Sobre esta base ejecutaba mediante incisión con estilete las líneas directrices de la composición (perspectiva, arquitecturas) y posteriormente delineaba con pincel las líneas y contornos de figuras y objetos, con una tinta oscura muy líquida. A continuación aplicaba el color en capas sucesivas, separadas con un barniz de cola de pergamino. Por último, aplicaba algunas veladuras con temple de caseína, con las que ejecutaba los últimos planos, como paisajes y demás.

En esta obra, Botticelli se alejó de la descripción realista para priorizar el sentido alegórico de la obra. Así, prescindió de la perspectiva y distorsionó las formas, especialmente en cuanto a la estilización de las figuras. La naturaleza está idealizada, convertida en un escenario decorativo que busca más la estética, el ideal de belleza, que no la plasmación de una naturaleza real. Por otro lado, la figura de Venus tiene un aire ausente, nostálgico, de evocación de una edad dorada irremediablemente perdida, la edad clásica tan evocada por los neoplatónicos.

La figura de Venus, pese al clasicismo de la composición, responde más a criterios góticos, no tanto en cuanto a proporciones, sino en ritmo y estructura: su forma curva hace que la figura no esté distribuida equitativamente, sino que el peso cae más a la derecha, y el movimiento ondulado de su contorno y sus cabellos da la sensación de estar flotando en el aire. Pese a la esbeltez de sus proporciones, algunas partes del cuerpo están desproporcionadas: tiene el cuello demasiado largo, los hombros caídos y el brazo derecho más largo de lo normal. Pese a todo, su figura muestra una innegable gracia y armonía, por lo que se convirtió en el prototipo de la belleza de su tiempo.