Uno de los mejores amigos del pintor, Clemenceau, celebró el acierto de realizar esta serie cuando fue expuesta en París en 1895: “el pintor nos ha dado la sensación de que los lienzos hubieran podido ser cincuenta, cien, mil, tantos cuantos minutos comporta su vida”. También se mostraron encantados con esta serie de la catedral de Rouen algunos de los pintores modernos más destacados del momento, como Degas, Cézanne o Renoir; otro de ellos, Pissarro, definía la serie como “la obra de un volitivo, ponderada, que persigue los más pequeños matices de efectos que no veo realizados por ningún otro artista. Alguien niega la necesidad de esa búsqueda cuando se prosigue hasta tal punto”. Para pintarlas Monet eligió diversos emplazamientos elevados, desde donde poder contemplar con detenimiento la evolución de la catedral bajo distintas condiciones de luz y atmósfera.
La luz y el color, éste con todas sus vibraciones cromáticas, son capaces de captar la atmósfera, el momento, tal y como afirmaban los pintores impresionistas. Se puede hablar de una especulación teórica y práctica en torno al color, que mantiene como referencia la figuración. En consecuencia, las formas góticas de la catedral, con todas sus peculiaridades decorativas, ofrecen unas variaciones lumínicas ideales para el estudio de la atmósfera que genera a su alrededor. Como estamos diciendo, Monet no intenta tanto plasmar la imagen habitual de la catedral, sino que ésta le sirve de excusa, de argumento, para transmitir todo un mundo de sensaciones, a través de los distintos tonos cromáticos que, en los diferentes momentos del día, se muestran ante los ojos del espectador.
Aquí fundamentalmente solo hay dos colores, con gran variedad de matices: amarillo y violeta. Pero hay un pequeño punto rojo justo en el centro del rosetón que repercute en la luminosidad del cuadro.
La técnica utilizada es la misma que en las demás, la pincelada es corta, abigarrada y restregada sobre los colores que hay debajo, solo cambian los colores o más bien los matices y los tonos.
La composición es la misma en todas las obras sobre la catedral pues toma la misma zona prácticamente y solo varía en algunas el punto de vista.
La columnas repetidas, grandes y pequeñas, así como los arcos son como reverberaciones que producen un intenso ritmo de las formas.
Los ritmos son ascendentes, columnas y frontispicio. Cuatro columnas que suben desde el suelo y son casi idénticas, columnas más pequeñas que se repiten a derecha e izquierda y en la parte superior. Si la catedral se tomase totalmente de frente resultaría estática, pero al tomarla desde un lado la visión es en perspectiva con lo cual las líneas horizontales se transforman en inclinadas buscando el punto de fuga hacia el lado izquierdo.