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jueves, 26 de junio de 2025

¿CADA UNIVERSO TIENE SU DIOS? 5

 





De universo en universo: la muerte como génesis

La idea de que cada universo nace de la muerte de otro puede parecer, a primera vista, una metáfora. Pero en el marco del Multiverso Inteligente Evolutivo, es algo más: es una propuesta ontológica sobre el modo en que el cosmos se renueva y transmite su memoria.

Sabemos, por la cosmología moderna, que los agujeros negros representan el colapso extremo de la materia y la energía. Nada puede escapar de su interior, ni siquiera la luz. Pero esta imagen de vacío o aniquilación puede ser incompleta. Algunos modelos físicos sugieren que lo que para nosotros es el final (el horizonte de sucesos), podría ser en realidad el umbral de un nuevo comienzo. Un lugar donde el espacio-tiempo no se detiene, sino que se pliega, se curva, y da lugar a otra región, quizás a otra realidad.

La hipótesis de la gestación

En esta visión, cada agujero negro sería más que un sumidero: sería una matriz, un útero cósmico. Al acumular la energía y la información de su entorno, se convierte en el germen de un nuevo universo. Uno que contiene en potencia, como una semilla, la huella estructural de su progenitor.

Es aquí donde nace el primer gran principio del MIE: la muerte de un universo no es su final absoluto, sino la condición necesaria para el nacimiento del siguiente. No se trata solo de reciclaje energético, sino de transmisión de información estructurada, tal vez incluso de formas de conciencia, si las condiciones lo permiten.

La física aún no puede demostrar esto. Pero las analogías con los procesos biológicos son sugerentes: en el ADN, la información de un ser vivo se codifica y se transmite. La célula muere, pero su programa sigue. El universo, entonces, podría estar comportándose como una macro-célula, cuya muerte no es un colapso definitivo, sino una transformación evolutiva.



¿Dónde está el “Dios” en todo esto?

Si asumimos que un universo contiene en su interior una inteligencia, una conciencia en evolución, ¿qué ocurre con esa conciencia cuando el universo colapsa? ¿Desaparece? ¿Se disuelve? ¿O se replica, se condensa, se transfiere?

Aquí aparece una noción clave: la divinidad como proceso, no como sujeto. El Dios de un universo no es una entidad separada que lo gobierna desde fuera, sino la suma de sus patrones de orden, su capacidad de generar vida, de producir conciencia, de encontrar sentido. Y si esta divinidad es también un producto de la evolución interna del universo, entonces viaja con él. Se condensa en el agujero negro, como la memoria en una célula madre. Y se expande, después, en el universo siguiente, con una base más rica, más profunda, más lúcida.