Este enorme cuadro es un
díptico que mide 200X300 que fue pintado entre 1920 y 1926 y se conserva en el Museo de Arte Moderno de
la ciudad de Zúrich (Kunsthaus Zürich)
Debemos recordar que
Monet, en 1917, comienza la serie de los sauces llorones y el jardín acuático.
A pesar de todas las dificultades que tiene con su vista, por las cataratas que
provocan el retraso de su trabajo, así como el cambio continuo de colores y
pinceladas en las obras, él trabaja como puede. En 1918 y para festejar el
final de la Gran Guerra, el 12 de noviembre inicia las conversaciones con el
Estado francés para donar dos de sus cuadros. Desde 1923 y hasta su muerte en
1926, cuando su salud y su vista mejoran continúa trabajando en su proyecto de
las Decoraciones.
A pesar de una
apariencia puramente técnica encontramos
una emoción profunda en cada una de esas pinceladas. Está allí, precisamente,
la mirada del artista. Esa libertad de interpretación en sus temas, como el de
las catedrales o las propias ninfeas, le permiten crear series de múltiples
interpretaciones, donde se hacen infinitas variaciones en la forma y
especialmente en el color.
Dos grandes manchas muy
luminosas presiden el centro del cuadro, una de color rojo y la otra de color
amarillo. A derecha e izquierda mucho verde con rojos y violetas-malva. La
combinación clásica de complementarios rojo-verde y amarillo-violeta. Aquí
quedan casi desterrados los azules y los naranjas que están por puro
testimonio.
La pincelada cada vez es
más suelta y se recurre al pincel seco para romper el color.
La composición es casi
simétrica aunque el eje está ligeramente desplazado a la izquierda. Tenemos un
triángulo isósceles amarillo, casi equilátero y encima el acento rojo en forma
casi oval. A derecha e izquierda óvalos verdes con ciertos contenidos de rojos
en el centro con ligeros trazos de azul. Por tanto volvemos a combinar la firme
tranquilidad y delicada feminidad con la exaltación. La feminidad de la Naturaleza
con su grandiosidad.
Los ritmos de las formas
corresponden a la simetría de la obra, y desde el punto de vista cromático es
una auténtica sinfonía de color, con notas que se repiten por toda la obra, los
siete tonos naturales y sus semitonos, amén de notas de todos los valores
(redondas, blancas, negras, etc.) y todos los tempos y compases.