Las obras de arte que encontramos en el mundo fueron realizadas por los grandes artistas de la historia y costeadas por los poderosos de cada época, pero ¿de dónde les venía el dinero necesario?
Si hablamos de los egipcios con sus pirámides y templos, su construcción debió resultar muy barata pues los trabajadores eran esclavos cuyo costo para el faraón era su alimentación y vestimenta, y en esta última no se gastaban mucho.
Continuando con los griegos y sus infinitos monumentos como templos y palacios, amén de las esculturas, salvo a los artistas escultores y arquitectos que recibían unos emolumentos más altos, el resto de obreros eran semiesclavos e igualmente sucedía con los romanos.
Si continuamos con el medievo, los reyes y sus ayudantes, condes, duques, marqueses y gente del buen vivir, se nutrían del trabajo de la plebe como agricultores, pastores y artesanos con los impuestos transformados en diezmos y primicias en lo cual se incluía la Iglesia Católica en Europa. Gracias a esos impuestos recogidos de sus “esclavos”, esta élite, tenía castillos, palacios y obras de arte que los decoraban.
En el Renacimiento siguió ocurriendo lo mismo solo que el gusto era más refinado gracias a los artistas a los que pagaban mejor que en época anteriores pero seguían explotando al resto de la misma manera.
Llegado el siglo XIX se institucionalizó el sistema de enseñanza, alfabetizando a la población y trayéndose a las fábricas a mucha gente que dejaba el campo como lugar de trabajo. La “nobleza” pasó a ser la burguesía que al enriquecerse con las fábricas, de manera directa o indirecta alcanzó un estatus que le permitía disfrutar de los lujos artísticos antes reservados a la nobleza. No obstante, los de abajo seguían siendo esclavos a sueldo.
En la actualidad, los grandes directivos de las grandes corporaciones empresariales, tales como las petroleras, eléctricas y grandes fábricas, son la nueva burguesía, así como algunos de los inversores que suelen ser especialmente banqueros. Estos son ahora los nuevos destinatarios de las creaciones artísticas, sean mansiones, palacios, yates, aviones, etc. decorados con obras de arte de las diversas especialidades.
Como puede deducirse, los ricos son ricos gracias a sus habilidades para crear necesidades a los pobres, a los que se les venden los productos que ellos mismos fabrican, pero que estos reciben unos salarios muy ajustados para que ellos obtengan unos beneficios desorbitados. De esa manera, aunque nosotros seamos los que realizamos de manera directa el trabajo que hace posible los productos, la diferencia de capital conseguido sigue siendo muy desproporcionada, haciéndose ellos muy ricos y nosotros muy pobres.
La reflexión final que me hago es, si los beneficios económicos obtenidos de cualquier negocio se repartieran de manera más equitativa entre todos los intervinientes en el mismo, es claro que ellos, los ricos, los dueños, no obtendrían ganancias tan altas y entonces no podrían poseer tantas casas, palacios o villas tan artísticamente decoradas, lo que tal vez repercutiría en que otros muchos podrían tener acceso a la posibilidad de tener mejores casas decoradas con obras de arte aunque no fuesen muchas y eso daría trabajo a más artistas aunque no fuesen a niveles excelsos, todo estaría más repartido aunque no se pudieran construir los macromonumentos que hoy poseen la élite, pero que seguiría teniendo la Iglesia y el Estado. Es evidente que todos los edificios tales como palacios, templos y demás posesiones de la Iglesia salen también de nosotros, los de abajo y lo mismo los que construye o adquiere el Estado.
En resumen todo lo que la élite, la Iglesia y el Estado poseen, sale de nuestros bolsillos, de nuestro trabajo, de nuestro esfuerzo, de lo que nos deberían dar y no nos dan, de lo que nos piden y de lo que nos roban. Así de sencillo. Este es el orden social que venimos sufriendo desde los sumerios y que dada la ignorancia y la despreocupación nuestra, seguirá permaneciendo por los siglos de los siglos. Por ello pienso que todas las obras de arte existentes también son algo nuestro.