Eutiquiano (Luni, ¿? - Roma, 7 de diciembre de 283) fue el papa n.º 27 de la Iglesia católica de 275 a 283.
Como pontífice estableció que los mártires no fuesen enterrados cubiertos con una simple sábana blanca sino con la «dalmática», una vestidura muy parecida al manto de los emperadores romanos y que hoy es usada por los diáconos en las ceremonias solemnes.
Se le atribuye la práctica de la bendición de la recolección de los campos.
Aunque el martirologio romano lo incluye entre los mártires, hoy se tiene la certeza de que no lo fue, ya que su pontificado se desarrolló en un período libre de persecuciones que habían sido suspendidas al morir el emperador Aureliano en 275.
Murió el 7 de diciembre de 283.
En el siglo XIX, unos fragmentos de su epitafio, escritos en griego, se encontraron en la catacumba de Calixto I.
El papa san Marcelo I (en latín, Marcellus; 308-309), (¿?-Roma, Imperio romano; 16 de enero de 309), fue elegido como papa N.º 30 de la Iglesia católica, después de cuatro años de la muerte del papa Marcelino debido a la persecución del emperador Diocleciano (303 al 305). Le tocó hacerle frente a la crisis dejada entre los cristianos por dicha persecución y que por miedo al martirio habían apostatado de su fe o simplemente abandonado las prácticas religiosas, pero ahora querían regresar a la Iglesia. Decretó que aquellos que deseaban volver a la Iglesia tenían que hacer penitencia por haber renegado de la fe durante la persecución. Los que estaban en contra de esta decisión consiguieron que el emperador Majencio lo desterrara.
Murió en el exilio el 16 de enero de 309. Su cuerpo fue devuelto a Roma y sepultado en el cementerio de Priscila.
Durante su pontificado se dedicó a volver a edificar los templos destruidos en la persecución. Dividió Roma en veinticinco sectores con un presbítero o párroco al frente de cada uno de ellos. De carácter enérgico, ordenó que los obispos no se pudieran reunir en concilio sin su autorización explícita.
San Marcelino, que había sucedido a San Cayo el 30 de junio del año 296
La Iglesia romana celebra también la fiesta de San Marcelino el 26 de abril y, aunque siempre se ha creído que su muerte tuvo lugar el 24 de octubre del año 304, parece probable que padeciera martirio en esta fecha del 26 de abril del mismo año, cuatro días precisamente después de la publicación del cuarto edicto de persecución decretado por Diocleciano.
Este emperador, llevado por un falso concepto de la grandeza del Imperio, que exigía acabar con toda la raza de cristianos, empieza su persecución general en el año 303, en Oriente, y pronto la extiende a todas las provincias del Imperio y a la misma Roma. Regía entonces los destinos de la Iglesia San Marcelino, que había sucedido a San Cayo el 30 de junio del año 296. Su gobierno iba a durar ocho años y se iba a caracterizar por una serie de luchas, tanto interiores como exteriores.
De una parte agobiaban a los cristianos los diversos decretos de persecución, el último de los cuales obligaba a todos los súbditos del emperador a que sacrificasen y ofreciesen públicos sacrificios a los dioses.
En Roma se desencadena una terrible persecución, que abarca tanto a las jerarquías como al simple pueblo, ya fueran mujeres o niños. Algunos ceden, y éste era el peligro interior de la Iglesia, ante tanto miedo y fatiga, y fueron numerosos los que llegaron a ofrecer, siquiera fuera como símbolo meramente externo, el incienso ante el altar de los dioses paganos.
Todo ello dio origen a que se formara en la Iglesia un grupo de los llamados “lapsos”, que aparentemente aparecían como, apóstatas, si bien estuvieran siempre dispuestos a entrar de nuevo en el seno de la Iglesia. Ante el problema de recibirlos de nuevo o no, surgen dos trayectorias marcadamente definidas. De una parte están los intransigentes, los eternos fariseos, que negaban el perdón con el pretexto de no contaminarse con los caídos.
De otra parte, y ésta fue la posición de San Marcelino, a ejemplo del Buen Pastor del Evangelio, están los que trataban de dulcificar la posición de los que habían sacrificado, recibiéndoles de nuevo a la gracia de la penitencia. Por esta conducta es acusado el Papa de favorecer la herejía y, aún más, se inventa la leyenda de que él mismo había llegado a ofrecer incienso a los dioses para escapar libre de la persecución.
En seguida la secta de los donatistas, que en este tiempo empieza a luchar encarnizadamente contra la fe católica y contra los pontífices de Roma, propala la calumnia de que también San Marcelino había prevaricado, aunque después, arrepintiéndose, se hubiera declarado cristiano ante el tribunal, padeciendo martirio por esta causa.
Los hechos, sin embargo, fueron de otra manera. Ante el edicto general, San Marcelino, que había regido sabiamente la Iglesia, agrandando las catacumbas para dar mejor cabida a los cristianos —aún existe en la de San Calixto una capilla llamada de San Marcelino—, esforzando a todos con su ejemplo y su virtud, no dudó, cuando le llegó el momento, en dar también su sangre por Cristo. Llevado ante el tribunal, juntamente con los cristianos Claudio, Cirino y Antonino, confiesa abiertamente su fe y es condenado en seguida a la pena capital.
Decapitado, su cuerpo permanece veinticinco días sin sepultura, hasta que, por fin, le encuentra el presbítero Marcelo y, reunida la comunidad, es sepultado con toda piedad en el cementerio de Priscila, junto a la vía Salaria, donde todavía se conserva. Como supremo mentís a la difamación que habían extendido sobre su vida los herejes, fueron diseñados sobre su tumba los tres jóvenes hebreos que, como el santo mártir, se negaron también a rendir adoración a los ídolos delante de la estatua del rey asirio, Nabucodonosor.
La memoria del papa San Cayo (283-296) va unida generalmente en la tradición a la de San Sotero, y por lo mismo se celebra el mismo día. Sin embargo, sus vidas no tienen de común más que el hecho de ser ambos obispos de Roma. La tumba de San Cayo es, ciertamente, una de las más veneradas en la catacumba de San Calixto de Roma.
Mas, por otra parte, su recuerdo está rodeado de multitud de tradiciones y leyendas que impiden tener una idea clara y segura sobre su vida y su verdadera actuación durante su pontificado.
Algunas de estas leyendas o tradiciones fueron transmitidas por las Actas de Santa Susana, y sobre estas Actas, según parece, están fundadas las noticias que nos transmite el Liber Pontificalis. Así, pues, no podemos tener ninguna seguridad sobre el origen de San Cayo y demás circunstancias indicadas.
En terreno seguro entramos con la noticia de la elección de Cayo en 283 para suceder en la Sede Romana al papa San Eutiquiano. Además consta que, transcurrida la persecución de Valeriano, la Iglesia atravesaba entonces un período bonancible. Gracias a esta paz, de que gozó el cristianismo durante casi todo el siglo III, sólo interrumpida por los breves chispazos de algunas persecuciones, se había ido robusteciendo extraordinariamente, y a fines del siglo III constituía ya una fuerza arrolladora, imposible de dominar. De esta paz se aprovechó el Romano Pontífice San Cayo para fomentar todas las instituciones de la Iglesia. Bajo su protección se desarrollaron las dos escuelas de Oriente, la de Alejandría y la de Antioquía, que por este tiempo habían llegado a un notable esplendor. Asimismo las Iglesias del Africa, después de San Cipriano († 258), de las Galias y de España, que presenta figuras de primer orden y celebra poco después el concilio de Elvira.
En realidad, aunque tenemos pocas noticias concretas, podemos afirmar que los trece años de pontificado de San Cayo fueron tranquilos y prósperos para la Iglesia. Una noticia, sin embargo, se nos comunica, que da a entender que, no obstante esta paz general, debió haber algún chispazo o conato de persecución. Porque, de hecho, sabemos que Cayo pasó algún tiempo escondido en la catacumba de San Calixto. Precisamente entonces se encontraba esta catacumba en su mayor esplendor. Después de los trabajos realizados en ella por el papa San Calixto, quedó ésta convertida en uno de los lugares más venerados de los cristianos. La cripta de los papas y la contigua de Santa Cecilia, los cubículos de los sacramentos y las antiguas criptas de Lucina, Liberio y Eusebio ofrecían a los cristianos los más vivos y palpitantes recuerdos. Por eso, ante los sepulcros de los papas y de los mártires, se reunían para celebrar los aniversarios de sus martirios y tal vez alguna de sus solemnidades litúrgicas. De este modo, con la lectura de las Actas o Pasiones de los mártires, que era la manera más corriente de celebrar sus aniversarios, se alentaban sus espíritus, para las batallas que ellos mismos tenían que sostener. Allí, pues, en el interior de la catacumba de San Calixto, atestiguan antiguos documentos, pasó escondido algún tiempo el papa Cayo, sea porque amenazara alguna persecución, sea porque sintiera especial devoción en permanecer al lado de los mártires. Esto último pudo tener lugar, o bien al principio de su pontificado, en que el emperador Caro (282-283) inició una especie de persecución, o bien al principio del gobierno de Diocleciano, en que se siguió todavía algún tiempo en este estado de inseguridad.
El Liber Pontificalis, por su parte, atribuye a San Cayo el decreto por el que establecía los diversos grados de la jerarquía anteriores al episcopado, es decir, de ostiario, lector, acólito, exorcista, subdiácono, diácono y presbítero, y asimismo la división de Roma en distritos. Sin embargo, no pueden admitirse estas noticias, pues ya en 250, según atestigua Eusebio en su Historia Eclesiástica (VI, c. 43), son enumerados todos estos grados de la jerarquía. Tal vez no hizo él otra cosa que conmemorarlos de nuevo expresamente.
De hecho, a partir del siglo IV, todos los calendarios romanos señalan el 22 de abril como el día de su muerte y de su fiesta. Lo mismo repiten los calendarios medievales y Beda el Venerable.
Félix I (en latín: Felix I) de nombre secular Félix (Roma, ¿202? -íbidem, 30 de diciembre de 274) fue el papa 26 de la Iglesia católica desde el 5 de enero de 269 al 30 de diciembre del 274.1
Su pontificado coincidió con el gobierno del emperador Aureliano, quien en los primeros años de su reinado abandonó la política de persecuciones que contra los cristianos habían aplicado sus antecesores, lo que permitió el florecimiento lento del cristianismo.
Se le atribuyó la institución de la costumbre de celebrar las misas católicas sobre altares construidos sobre las tumbas de los primeros mártires. También enfrentó la herejía samósata, la cual predicaba que Jesús era un simple ser humano que estaba bajo el control de Dios.
Se considera santo y es venerado por la Iglesia Católica el 30 de diciembre.
Félix nació en Roma en el 202, y era hijo de un hombre llamado Constancio (de quien se desconoce su procedencia y su ocupación). No existe información al respecto sobre la infancia de Félix.
Félix fue elegido papa el 5 de enero de 269, para suceder al difunto pontífice Dionisio. Decidió según la costumbre mantener su nombre de pila y adoptarlo como nombre papal.
En los comienzos de su pontificado llegaron a Roma noticias del sínodo que se había celebrado en Antioquía y que había depuesto al obispo antioquiano Pablo de Samosata por enseñar una doctrina contraria a las enseñanzas de la Iglesia sobre la Trinidad.
La cuestión había tomado un carácter meramente político, por el apoyo que Pablo de Samosata le dio al emperador Aureliano. Pese a ello, Félix emitió un decreto indicando que ningún cristiano podría optar por ser consagrado como obispo si no estaba en comunión con la sede de Roma, con lo que ratificó la deposición del obispo de la ciudad, aprobada en el concilio de Antioquía del 269, afirmando la "divinidad y humanidad de Jesucristo" y las "dos naturalezas distintas en una sola persona".
La tradición le atribuye al papa Félix I la sanción de la orden de enterrar a los mártires bajo los altares de los templos cristianos, y de instituir la práctica de celebrar la sagrada eucaristía sobre sus sepulcros, a manera de conmemoración anual; la celebración sólo debía ser realizada por sacerdotes y solamente dentro de uno de los templos consagrados para tal fin, salvo por causa mayor. Ésta reforma buscaba eliminar las eucaristías privadas.
Hacia el final de su pontificado, el emperador Aureliano retomó la política de las persecuciones contra los cristianos. Sin embargo, dichas persecuciones tuvieron duración breve, puesto que fueron suspendidas tras la muerte del emperador en el año 275, con la negativa de su sucesor, Tácito, en continuar las medidas represivas.
Félix I murió en Roma, el 30 de diciembre del 274.
Según los registros, tradicionalmente se le consideró como un mártir, pero lo más probable es que fuera confundido con otra persona homónima. La confusión también ha generado dudas sobre la ubicación de sus restos, ya que el Liber Pontificalis afirma que fue enterrado en una basílica ubicada en la Vía Aurelia, que él mismo habría ordenado erigir siendo papa, pero también se atribuye su lugar de reposo a las Catacumbas de San Calixto, ubicadas en la Vía Apia, de acuerdo con un calendario del siglo IV.
Se considera santo, y el día destinado a su culto es el 30 de diciembre. Se le representa con un ancla, y con los hábitos comunes de un sumo pontífice.
Sixto II (Galacia, Grecia, ¿? - † Roma, 6 de agosto de 258) fue el papa n.º 24 de la Iglesia católica de 257 a 258.
Elegido para suceder a Esteban I, San Sixto II o Sixto II (en latín: Xystus Secundus). Obispo de Roma entre el 31 de agosto del 257 y el 6 de agosto del 258. Nacido en Grecia, fue elegido para el cargo de Papa bajo el reinado del emperador Valeriano, quien desató una fuerte represión contra los cristianos que acabó con la vida de muchos seguidores de esta religión, incluida la del propio Sixto II. Fue el primer papa de la historia en llevar un nombre ya utilizado por un predecesor.
Durante el pontificado de Esteban I se había producido la ruptura entre la Iglesia de Roma con las Iglesias de África y Asia Menor. Los primeros defendían la validez de los bautismos oficiados por los lapsi (apóstatas cristianos ante la presión de Roma), siempre que se hubieran hecho en nombre de la santísima Trinidad, mientras que los segundos negaban su validez por considerarlos herejes. Sixto II logró poner fin a la disputa que enfrentaba a la cristiandad al renunciar a imponer la postura defendida por Roma. Las relaciones con Cipriano de Cartago, obispo de Cartago volvieron a ser amistosas, sin duda porque fue aceptada la postura de este: que fuera competencia de cada obispo, en su propia Iglesia, la toma de decisiones sobre el caso que se presentara. En lo que las dos partes estaban absolutamente conformes era en que la legitimidad de cada sede episcopal venía de su fundador o patriarca, que era siempre, directamente o por jerarquía, un apóstol: a las enseñanzas impartidas por él se les debía obediencia.
Su pontificado se inició poco después de que el emperador Valeriano hubiera proclamado un edicto de persecución contra los cristianos en el que prohibía el culto cristiano y las reuniones en los cementerios, ubicados en las catacumbas. Esta última disposición exigió una nueva ley, pues quebrantaba la salvaguardia que siempre el derecho romano había otorgado a los cementerios. Eran lugares en los que, durante las persecuciones, los cristianos se reunían para celebrar sus cultos, a pesar de que Valeriano había prohibido tales reuniones.
Según el martirologio romano, Sixto II fue detenido mientras estaba celebrando misa en el cementerio de Pretextato, muriendo mártir al ser decapitado (según la tradición en la Cárcel Mamertina) junto a algunos de los diáconos que le acompañaban en el momento de su captura: san Genaro, san Vicente, san Magno y san Esteban. Ese mismo día también sufrieron el martirio los diáconos santos Felicísimo y Agapito, y poco después el diácono san Lorenzo. De este modo las autoridades imperiales creyeron haber acabado con la Iglesia de Roma. De hecho, por la violencia de la persecución fue imposible nombrar el sucesor de Sixto II, Dionisio I hasta un año después de su muerte, hasta que llegaron las noticias de la prisión y muerte de Valeriano en el 259.
Al papa Sixto II se le atribuyó en alguna época la autoría de la obra Sentencias de Sexto, también conocida como “Anillo de Sixto”, obra que en realidad es debida a un filósofo pitagórico llamado también Sixto.
El papa Sixto II efectuó el traslado de los restos de San Pedro y San Pablo.
Su fiesta se celebra el 7 de agosto.