JOHANNES VERMEER.
Vermeer nació en la ciudad de Delft (Holanda) en 1632, vivió toda su vida en los Países Bajos hasta su muerte en 1675.
Cuando hoy contemplamos estas maravillas nos resulta increíble que este pintor barroco holandés cayese en el olvido durante el siglo XVIII. Fue un crítico de arte francés quien lo descubrió en el siglo XIX y hoy en día es de los pintores más reconocidos y admirados.
Las obras de Vermeer nos ilustran sobre la realidad de la rica y opulenta Holanda del siglo XVII, cuando, gracias al comercio, estaba en la cima de su imperio colonial. Salvo en dos casos en que el pintor nos muestra dos vistas exteriores (una de ellas aquí expuesta), la generalidad de sus cuadros son o bien retratos, o bien escenas interiores de los salones de la burguesía neerlandesa.
El esquema compositivo se repite: una ventana abierta en el lado izquierdo deja entrar la luz natural y entre rico mobiliario, vestimenta y joyas se desenvuelven uno o dos personajes, predominantemente femeninos.
La protagonista es siempre la mujer, tratada de forma muy delicada, detallista y sensual. Ella ríe, duerme, cose o trabaja, siempre bañada por una sugerente y tamizada luz que juega enormemente con los claroscuros. La dama va generalmente vestida con riquísimos vestidos, tocada con joyas y cuidadosamente peinada. El interior representado explota en detalles como lámparas, muebles, tapices, cuadros, mapas, suelos alicatados, etc.
A pesar de esta presencia de personajes, lo verdaderamente importante para Vermeer es el espacio y
Vermeer se convierte así en el pintor de la intimidad, de lo recogido y sosegado, de lo tranquilo y lo sugerente. Su luz es mágica: dorada y sensual, consigue subrayar la atmósfera y el aire, con un poco de imaginación podríamos ver las motas de polvo flotando visibles a la luz lateral de la ventana.
La contemporaneidad de Vermeer, el que nos guste tanto hoy, es debido a que sus óleos no nos narran nada, no hay que adivinar ni interpretar historias, solamente se trata de imágenes presentativas, ni mitología, ni religión, ni literatura, sólo imágenes inmediatas, casi “televisión” y por eso nosotros, seducidos por una cultura de imágenes inmediatas , nos sentimos automáticamente cautivados por estos cuadros.
Cuando pinta exteriores (sólo dos) Vermeer hace gala de un temprano impresionismo, al captar la luz y el aire como harían dos siglos después los impresionistas franceses.
Ni que decir tiene que estos impresionistas admiraban profundamente a Vermeer, así por ejemplo, Renoir dice de su cuadro “La Encajera” que es una de las dos mejores telas del Louvre.
En cuanto a Van Gogh, escribe a su hermano Theo refiriéndose a Vermeer: ”La paleta de este extraño artista comprende el azul, el amarillo, el gris perla, el negro, el blanco.......con un gusto extraordinario y un infalible sentido de la composición”.