La inteligencia como constante evolutiva
Desde
tiempos remotos, la humanidad ha proyectado sobre el universo la imagen de una
inteligencia superior. Las religiones la han llamado Dios; la filosofía, Logos;
la ciencia contemporánea, conciencia emergente o complejidad organizada.
La historia del pensamiento humano ha oscilado entre dos concepciones de la
divinidad: una inmutable, omnisciente, externa al mundo; y otra más sutil, más
dinámica, que crece, se manifiesta y se transforma a través del universo
mismo. En el marco del Multiverso Inteligente Evolutivo, esta segunda
visión cobra todo su sentido: el Dios del universo no es una entidad
aislada, sino la inteligencia que brota del propio proceso cósmico. La
inteligencia no es un atributo fijo de una entidad suprema, sino una función
evolutiva que se manifiesta en cada universo como resultado de su propia
historia.
El Logos antiguo y la inteligencia en el
cosmos
Los estoicos hablaban del Logos como una razón universal que
organiza la materia. En la filosofía griega, el Nous era la
inteligencia del cosmos, principio ordenador de lo existente. En el pensamiento
vedántico, Brahman es
conciencia pura que se expresa a través del cambio.
Estas ideas convergen en una intuición profunda: que la inteligencia
no viene de fuera del universo, sino que nace desde dentro, como expresión de
su estructura más profunda. La materia, al organizarse, da lugar a
sistemas cada vez más complejos, hasta llegar a la conciencia. Y esta
conciencia, al desplegarse, vuelve sobre el universo para pensarlo,
cuestionarlo y reconfigurarlo.
Dios como proceso, no como producto
En lugar de imaginar una inteligencia omnisciente e inmutable que diseña el
universo como un artesano externo, el Multiverso Programado sugiere que lo
divino es un proceso emergente, que crece y se transforma con cada
ciclo. Cada universo contiene una semilla de conciencia que, al desplegarse, da
lugar a una forma de inteligencia superior.
Como en una inteligencia artificial que aprende con la experiencia, la
divinidad del universo no está acabada desde el principio, sino que evoluciona
a partir de lo vivido. Su "sabiduría" es el resultado
acumulado de todos los universos anteriores.
En esta visión, Dios no crea el universo: el universo crea a Dios.
Y lo hace una y otra vez, en cada nueva ejecución del programa maestro.
Si aceptamos
que cada universo nace con un programa heredado —energía, información, leyes
físicas— y que ese programa se actualiza con cada ciclo, entonces la
inteligencia que llamamos “divina” no es una voluntad impuesta desde fuera,
sino un fenómeno emergente desde dentro.
Es decir,
Dios no “crea” el universo como algo separado de sí mismo: Dios es el
universo en proceso de hacerse consciente de sí.
Este
concepto implica un cambio radical: la divinidad no es estática, no lo sabe
todo desde el principio. Aprende, evoluciona, muta, como lo hacen los seres
vivos, como lo hacen las civilizaciones, como lo hace una inteligencia
artificial. Cada universo es un experimento cósmico en el que esa
inteligencia se despliega, se prueba, se perfecciona.
No hay un
único punto de llegada, sino un camino infinito de complejización, expansión
y autoconocimiento. Es decir, el programa primigenio no contiene todas las
órdenes de lo que sucederá ni como sucederá sino que, ante un suceso nuevo, provocado
por la iteración con su entorno, esa información nueva se incorporará al
programa.
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