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martes, 15 de julio de 2025

¿CADA UNIVERSO TIENE SU DIOS? 11

 


La inteligencia como constante evolutiva

Desde tiempos remotos, la humanidad ha proyectado sobre el universo la imagen de una inteligencia superior. Las religiones la han llamado Dios; la filosofía, Logos; la ciencia contemporánea, conciencia emergente o complejidad organizada.

La historia del pensamiento humano ha oscilado entre dos concepciones de la divinidad: una inmutable, omnisciente, externa al mundo; y otra más sutil, más dinámica, que crece, se manifiesta y se transforma a través del universo mismo. En el marco del Multiverso Inteligente Evolutivo, esta segunda visión cobra todo su sentido: el Dios del universo no es una entidad aislada, sino la inteligencia que brota del propio proceso cósmico. La inteligencia no es un atributo fijo de una entidad suprema, sino una función evolutiva que se manifiesta en cada universo como resultado de su propia historia.

 

El Logos antiguo y la inteligencia en el cosmos

Los estoicos hablaban del Logos como una razón universal que organiza la materia. En la filosofía griega, el Nous era la inteligencia del cosmos, principio ordenador de lo existente. En el pensamiento vedántico,  Brahman es conciencia pura que se expresa a través del cambio.

Estas ideas convergen en una intuición profunda: que la inteligencia no viene de fuera del universo, sino que nace desde dentro, como expresión de su estructura más profunda. La materia, al organizarse, da lugar a sistemas cada vez más complejos, hasta llegar a la conciencia. Y esta conciencia, al desplegarse, vuelve sobre el universo para pensarlo, cuestionarlo y reconfigurarlo.

Dios como proceso, no como producto

En lugar de imaginar una inteligencia omnisciente e inmutable que diseña el universo como un artesano externo, el Multiverso Programado sugiere que lo divino es un proceso emergente, que crece y se transforma con cada ciclo. Cada universo contiene una semilla de conciencia que, al desplegarse, da lugar a una forma de inteligencia superior.

Como en una inteligencia artificial que aprende con la experiencia, la divinidad del universo no está acabada desde el principio, sino que evoluciona a partir de lo vivido. Su "sabiduría" es el resultado acumulado de todos los universos anteriores.

En esta visión, Dios no crea el universo: el universo crea a Dios. Y lo hace una y otra vez, en cada nueva ejecución del programa maestro.

Si aceptamos que cada universo nace con un programa heredado —energía, información, leyes físicas— y que ese programa se actualiza con cada ciclo, entonces la inteligencia que llamamos “divina” no es una voluntad impuesta desde fuera, sino un fenómeno emergente desde dentro.

Es decir, Dios no “crea” el universo como algo separado de sí mismo: Dios es el universo en proceso de hacerse consciente de sí.

Este concepto implica un cambio radical: la divinidad no es estática, no lo sabe todo desde el principio. Aprende, evoluciona, muta, como lo hacen los seres vivos, como lo hacen las civilizaciones, como lo hace una inteligencia artificial. Cada universo es un experimento cósmico en el que esa inteligencia se despliega, se prueba, se perfecciona.

No hay un único punto de llegada, sino un camino infinito de complejización, expansión y autoconocimiento. Es decir, el programa primigenio no contiene todas las órdenes de lo que sucederá ni como sucederá sino que, ante un suceso nuevo, provocado por la iteración con su entorno, esa información nueva se incorporará al programa.

 


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