miércoles, 22 de marzo de 2023

LA CONFESIÓN Y EL PERDÓN DE LOS PECADOS.

 







La confesión se hace necesaria desde el momento en que los humanos cometemos pecados según las religiones en general y según la Iglesia católica en particular. Pero ¿de donde viene la palabra pecado?

Para los griegos pecado se decía hamartia: “fallo de la meta, no dar en el blanco”. Los escritores griegos solían utilizar la forma verbal hamartánō con respecto al lancero que erraba su blanco y, por implicación, aludía al concepto de vivir al margen de un código moral o intelectual tenido por meta ideal, debido a una actitud errónea, consciente o inconscientemente.

En hebreo la palabra común para "pecado" es jattáʼth, חטא que también significa “errar” en el sentido de no alcanzar una meta, camino, objetivo o blanco exacto.

Por tanto, como de costumbre la Iglesia se apropia de palabras que tienen un significado concreto y común para el entorno y transforma su significado acomodándolo a sus intereses y así la palabra pecado (del latín peccātum) pasa a significar la transgresión voluntaria y consciente de la ley divina.

Sacramento de la penitencia

El sacramento de la penitencia, también conocido como sacramento de la reconciliación, de la confesión, del perdón o de la curación, es uno de los siete sacramentos de las Iglesias católica, ortodoxa y copta.

La fe católica considera que se trata de un sacramento de curación instituido por Jesucristo, y que quienes se acerquen a él con las debidas disposiciones de conversión, arrepentimiento y reparación reciben el perdón de Dios por sus pecados cometidos después del bautismo así como también la reconciliación con la Iglesia.

La tradición de la Iglesia toma normalmente la afirmación de los apóstoles de Jesús, según la cual este les había dado poder para perdonar los pecados en nombre de Dios. Los sucesores de los apóstoles escribieron que estos les habían transmitido dicha facultad —entre otras—. Como mayor referencia, se lee en el Evangelio de Juan 20, 23:

Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.

Asimismo, reafirma este mandato con un pasaje del Evangelio de Mateo 9, 6-7:

Pues para que sepáis que el Hijo del hombre tiene en la tierra poder de perdonar pecados dice entonces al paralítico: «Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa». Él se levantó y se fue a su casa. Y al ver esto, la gente temió y glorificó a Dios, que había dado tal poder a los hombres.

La confesión misma también está indicada en la Epístola de Santiago 5, 16 :

Confesaos, pues, mutuamente vuestros pecados y orad los unos por los otros, para que seáis curados. La oración ferviente del justo tiene mucho poder.

Además es sabido, por el libro de los Hechos de los Apóstoles, que la confesión de los pecados era una práctica habitual en la Iglesia primitiva, por lo menos en su forma pública.

Según la segunda epístola a los corintios 2 Cor 5:18-20, fue Dios mismo quien entregó el ministerio de reconciliación:

... y todo esto proviene de Dios, que nos reconcilió consigo por Cristo, y nos encomendó el ministerio de la reconciliación. Nos encargó a nosotros la palabra de la reconciliación. Somos pues embajadores de Cristo, como si Dios exhortara por medio de nosotros. Os suplicamos en nombre de Cristo ¡Reconcíliense con Dios!

Así que ya no solo es un poder que transmite Jesucristo a los apóstoles sino que es el mismo Dios el que lo autoriza. No sé a que dios se refiere la Iglesia cuando dice esto, pues si se refiere a Yahvé que no soportaba la más mínima desobediencia, es difícil de creer. Si pensamos que Yahvé, como he explicado muchas veces, era en realidad el Elohim o Anunnaki Enlil, resulta que estamos hablando de un alienígena que era un absoluto canalla, por tanto con ese no han hablado. Si hablamos del auténtico creador del Universo, la realidad es que nadie puede hablar con él, por mucho que se empeñen las religiones, pues nadie sabemos que es ni donde está. Mi concepción de la divinidad creadora es que se trata del Universo y todo lo que existe en él, por tanto nada que ver con un ser antropomorfo que piense y sienta como un humano y que se sienta ofendido por las tonterías o las barbaridades que hagamos los humanos, pues ni siente ni padece, por lo que no tiene sentido alguno que nos perdone o nos castigue sino que más bien es la propia Iglesia la que perdona y castiga a sus fieles, pues entre los curas, hasta ahora, poco han castigado a los canallas pederastas que han mancillado a nuestros niños. Y no creo que lleguen al absurdo de engañarse entre ellos, perdonándose unos a otros los desmanes que cometen, aunque todo puede ser.

Para conocer algo de la disciplina penitencial, una obra importante es El pastor de Hermas, de mediados del siglo II. Mientras que algunos doctores afirmaban que no hay más penitencia que la del bautismo, Hermas piensa que el Señor ha querido que exista una penitencia posterior al bautismo, teniendo en cuenta la flaqueza humana, pero en su opinión solo se puede recibir una vez. De todas maneras, cree que no es oportuno hablar a los catecúmenos de una «segunda penitencia», ya que puede causar confusión, puesto que el bautismo tendría que haber significado una renuncia definitiva al pecado.

Así que el acto de la confesión se justifica en los Evangelios y en las epístolas hasta que llega este santo varón y dice otra cosa. Si los dirigentes de la Iglesia Católica se permiten estas digresiones será, pienso yo, porque no está tan claro que esté basado en lo que en principio se decía.

A comienzos del siglo III, esa única penitencia eclesiástica años después del bautismo ya estaba perfectamente organizada y se practicaba con regularidad tanto en las Iglesias de lengua griega como en las de lengua latina.

Lo que realmente quiere decir que por fin se pusieron de acuerdo en que hacer y como hacer, pues todo ello es un invento más de la Iglesia y sus jerarquías.

El obispo Hipólito de Roma escribió que la potestad de perdonar los pecados la tenían solo los obispos. En ambas tradiciones, y hasta fines del siglo VI, no se conocía sino esa única posibilidad de penitencia, que había sido denominada por Tertuliano, «segunda tabla de salvación» (cf. De paenitentia 4, 2 y citado en el Concilio de Trento, ver DS 1542).

Lo que quiere decir que tres siglos después de marcharse Jesucristo, solo los obispos tenían potestad para confesar a los fieles y se limitaba a solo una vez después del bautismo.

La práctica de la penitencia comenzaba con la exclusión de la eucaristía y terminaba con la reconciliación, que volvía a dar al penitente el acceso a ella. El tiempo penitencial generalmente era largo y dependía de la gravedad del pecado. Las etapas de la excomunión estaban claramente fijadas:

-El pecador debía confesar el pecado a solas ante el obispo.

-Era graciosamente admitido a la penitencia eclesial.

-Durante algún tiempo (semanas o meses) tenía que aceptar el humillante estado de penitente, que manifestaba incluso con un vestido especial.

-Debía mostrar su conversión y perseverancia con obras de penitencia (oraciones, limosnas y ayunos).

-Quedaba excluido de la Iglesia en la medida que no podía recibir la eucaristía y era apartado de la comunidad (no podía asistir a las reuniones).

-Finalmente, después de que la comunidad había orado por él, el penitente obtenía la reconciliación, normalmente mediante la imposición de las manos del obispo.

Dignos seguidores del antiguo dios Yahvé, castigaban y humillaban hasta el paroxismo al pobre fiel que se le ocurría confesarse, así que sospecho que no serían muchos, salvo cuando la falta fuese conocida de otros.

Conozco de primera mano la capacidad que tienen los curas para humillar a los demás, tal como sufrí durante cuatro años en el colegio de Salesianos.

No se precisa el modo en que esa reconciliación procuraba el perdón de los pecados. Las herejías penitenciales del montanismo (movimiento que inició un tal Montano en el siglo I que entraba en éxtasis y profetizaba el fin del mundo) y novacianismo (doctrina cristiana aparecida en el siglo III propuesta por Novaciano, considerado antipapa, y afirmaba que la Iglesia no tenía poder para autorizar la vuelta a la comunión de los cristianos bautizados que renegaron de la fe) obligaron a una reflexión teológica acerca de la praxis penitencial. Se rechazó el rigorismo: todos los pecados graves, incluso los tres capitales (apostasía-idolatría, homicidio y adulterio) podían ser perdonados; y todos los pecados —incluso los secretos—, debían ser sometidos a la penitencia episcopal. En este sentido, Ambrosio de Milán afirmó:

Dios no hace distinciones, porque prometió a todos la misericordia y concedió a sus sacerdotes la facultad de absolver sin excepción alguna. Aquel que exageró el pecado, que abunde en penitencia; los mayores crímenes se lavan con grandes llantos.

Grandes padres de la Iglesia como Tertuliano, Cipriano de Cartago, Agustín de Hipona, concilios como el III Concilio de Toledo y el de Arles o el Papa León I, fueron modificando a lo largo del tiempo todas las premisas y consideraciones respecto a la confesión y la penitencia y así, muchos pecadores esperaban los últimos momentos de la vida para pedir la penitencia, y una vez que se sentían recuperados de su enfermedad, rehuían al sacerdote para evitar someterse a la expiación. La penitencia eclesiástica no se aplicaba por lo general a los clérigos y religiosos que incurrían en pecados graves, ya que se pensaba que su dignidad podía recibir agravio; solo se le deponía de su cargo, podía acogerse a la penitencia privada y llevar una forma de vida monástica, que era considerada como un segundo bautismo que permitía el acceso a la eucaristía.

Como vemos, al igual que entre los bomberos, “no se pisan la manguera” y los castigos quedan para los ingenuos fieles.

A partir del año 1000 se generaliza la práctica de dar la absolución inmediatamente después de hacer la confesión, reduciéndose todo a un solo acto, que solía durar entre veinte minutos y media hora. Concilio IV de Letrán (a. 1215) impondrá el deber de confesar los pecados una vez al año.

Otra forma de penitencia que se impuso fue la flagelación; y no solo para penitentes, sino recomendada para cristianos deseosos de mortificación.

Algunos ejemplos de tarifas o aranceles de castigo para monjes, extraído del Poenitentiale Columbani:

homicidio: ayuno de diez años;
sodomía: ayuno de diez años;
fornicación (una vez): tres años;
fornicación (varias veces): siete años;
robo: siete años;
masturbación: un año.

Esto nos indica claramente que los monjes no eran muy santos que digamos, cometiendo las mismas faltas que cualquier humano, y sospecho que muchos monjes dejaron de desayunar para toda su vida.

La Iglesia nos dice que lo pecados más graves son: el secuestro, el asesinato, el incesto, el robo, el adulterio, la violación, el aborto y el suicidio, entre otros.

Y los curas son tan listos que hasta saben cuales son los pecados que más ofenden a su dios:


La soberbia, la avaricia, la lujuria, la ira, la gula, la envidia y la pereza son las siete pasiones del alma que la tradición eclesiástica ha fijado como «pecados capitales».

Independientemente de la vigencia o no de la idea de pecado en nuestras sociedades, son siete pasiones muy arraigadas en la psique humana. Esta es la razón por la que la Iglesia los valora, pues así tiene a sus fieles controlados, dominados, manipulados, es decir, gracias a estos pecados la Iglesia ejerce su poder sobre la humanidad que cree en ella y en lo que dice y esa es la única razón de la existencia de las religiones: ejercer el poder casi absoluto sobre la gente pues domina sus conciencias.

Reconozco que el tema de la confesión es un gran invento para la gente que se ve torturada por su propia conciencia, pues basta con decirle a un cura los pecados cometidos y de esta forma el mismísimo Dios le perdona y él recobra la paz mental.

Como siempre digo, respeto religiosamente las creencias de cada cual, pero informo del origen de este tema y los múltiples cambios que se han producido a lo largo de dos milenios y todo basado, supuestamente, en lo que dijo un hombre llamado Jesús y al que otro hombre llamado Pablo le atribuyó que era nada menos que el Hijo de Dios, cosa imposible de demostrar y menos hoy, pero hay gente que se lo sigue creyendo.

No hay comentarios: