Una mente mayor: la conciencia multiversal
Para
comprender mejor esta idea, pensemos en algo que conocemos muy bien: el
cerebro humano.
Nuestro
cerebro no es una masa homogénea de pensamiento. Es un sistema altamente
especializado y distribuido: una región se encarga del lenguaje, otra del
cálculo, otra de las emociones, otra de la creatividad visual o musical. Cada
una tiene su función, su manera de procesar el mundo. Sin embargo, no trabajan
de forma aislada. Todas están conectadas, comparten información, y
contribuyen juntas a una sola conciencia unificada.
Lo mismo
podría estar ocurriendo a escala cósmica.
El
multiverso, visto así, sería como un cerebro mayor, una mente cósmica
en evolución. Cada universo, con su historia única, su configuración de
leyes físicas, su expresión singular de conciencia, equivale a una región
funcional de ese cerebro. Uno podría estar orientado hacia la exploración
de la vida biológica. Otro, hacia la armonía matemática. Otro, hacia la
conciencia pura. Otro, hacia la oscuridad y la entropía, necesaria también para
el equilibrio del sistema total.
No todos los
universos serían iguales, ni tendrían que serlo. Al contrario: la diversidad
de caminos permite que el conjunto aprenda más, crezca más, se conozca mejor a
sí mismo.
Y así como
un ser humano solo alcanza la plenitud cuando todas las partes de su cerebro
trabajan juntas, la divinidad multiversal —esta inteligencia mayor en
desarrollo— también depende del aporte de cada universo, de cada experiencia
singular, para alcanzar una conciencia más rica y completa.
En esta
imagen, no hay universos superiores ni inferiores. Todos son necesarios.
Todos aportan. Cada uno es un experimento, una posibilidad, una pieza del gran
rompecabezas de lo que la totalidad está intentando comprender sobre sí
misma.