Caminos humanos hacia la plenitud y la inteligencia de la
existencia
1. Introducción: el sentido de vivir y las distintas
rutas humanas
Cada persona busca —de manera consciente o no— una forma de
vida que le resulte significativa, soportable o simplemente cómoda. Algunos se
dejan llevar por las circunstancias, otros buscan su propio rumbo. Vivir, en el
fondo, es un arte que combina decisiones, emociones, sensaciones y
aprendizajes, y cada uno lo practica a su manera.
A lo largo de los años, he observado, conocido y convivido
con personas que encarnan distintas maneras de estar en el mundo. Cada una de
esas formas refleja una manera de entender la vida y de relacionarse con el
conocimiento, el trabajo y el propósito.
En este artículo intento ordenar esas observaciones, reflexionar sobre ellas y,
finalmente, preguntarme qué podría considerarse una forma verdaderamente
inteligente de vivir.
2. Formas comunes de vivir en la sociedad
2.1. La vida pasiva o conformista
Hay quienes prefieren no complicarse. Se conforman con lo
mínimo necesario para sobrevivir, sin hacerse muchas preguntas. Les basta con
comer, dormir, trabajar un poco y distraerse cuando pueden. No sienten la
necesidad de aprender ni de cambiar.
Vivir así puede parecer cómodo, pero tiene un precio: la vida se vuelve una
repetición de días sin crecimiento interior. Es como tener un jardín y no
sembrar nunca una semilla. Es la forma en que vive la mayoría de la gente: Va a
trabajar, charla con los compañeros de fútbol, de política o del último
programa de televisión y cuando vuelve a su casa se dedica a ver la tele programas
de entretenimiento o deporte. El fin de semana se va al bar, a la discoteca, al
cine, al partido de fútbol o baloncesto y punto.
2.2. La vida de la culpa y la queja
Otros viven convencidos de que sus problemas son culpa de
los demás. Si algo no sale bien, el responsable siempre está afuera: el jefe,
el gobierno, la familia, la suerte.
Esa actitud, tan extendida, es una trampa: convierte a la persona en prisionera
de su propia pasividad.
He conocido a muchos con talento y capacidad, pero que no logran avanzar porque
se desgastan buscando culpables en lugar de soluciones.
Y es que quien no asume su parte de responsabilidad, difícilmente podrá
transformar su vida. Por lo demás hacen la misma vida del punto anterior.
2.3. La vida del placer inmediato
Hay personas que viven persiguiendo el disfrute constante:
la fiesta, el alcohol, las relaciones pasajeras, las emociones intensas. Creen
que eso es libertad, pero en realidad muchas veces es una forma de huir del
vacío interior.
No está mal disfrutar —la vida también es gozo—, pero cuando el placer se
convierte en refugio, termina por dejar un sabor amargo.
He visto a muchos agotar sus fuerzas buscando estímulos, sin darse cuenta de
que el mayor placer está en sentirse vivo con propósito.
Para estos el trabajo es solo el medio de tener dinero para “disfrutar”
al máximo el tiempo libre. Son los que van a todas las fiestas de barrios o de
pueblos, los que practican deportes de riesgo, los que corren los encierros.
Son aquellas personas que necesitan sensaciones nuevas, que corra la adrenalina
por sus venas.
No me refiero aquí a aquellos que disfrutan aprendiendo a
manejar un barco, un parapente, un avión como forma de hacer algo nuevo,
diferente y gozar de la contemplación y manejo de la Naturaleza.
2.4. La vida adaptada y rutinaria
Quizá la más común sea la de quienes estudian, trabajan,
forman una familia y se establecen en una rutina predecible. Cumplen con lo
esperado, con lo que “se debe hacer”.
Es una vida tranquila y ordenada, sí, pero a veces vacía de sentido.
Muchos se despiertan un día y descubren que han pasado los años sin haberse
preguntado si eran realmente felices o si vivían la vida que querían.
La estabilidad sin crecimiento puede ser una jaula cómoda. Es una vida sin
hacerse preguntas, rutinaria y sin buscar nada nuevo.
2.5. La vida acumulativa
En el extremo opuesto están los que estudian sin cesar,
coleccionan títulos, cursos y certificaciones. Aprenden mucho, pero a menudo
sin integrar ese conocimiento en la vida práctica.
He conocido personas con tres o cuatro carreras que, sin embargo, se sienten
perdidas y que incluso su trabajo nada tiene que ver con las carreras que han
realizado.
El conocimiento solo adquiere valor cuando se convierte en sabiduría
aplicada, cuando se usa para mejorar la propia vida y la de los demás.
2.6. La vida autodidacta y exploradora
Y luego están quienes no se conforman con un solo camino,
sino que exploran muchos. Son curiosos, inquietos, amantes del aprendizaje por
el simple placer de comprender.
Se acercan al conocimiento con respeto y entusiasmo, ya sea por medio de la
ciencia, el arte, la espiritualidad o la experiencia directa en la práctica de
cosas nuevas.
Me reconozco, en buena parte, dentro de este grupo. Desde joven sentí
curiosidad por entender cómo funcionan las cosas: desmontaba aparatos y los
arreglaba, luego montaba otros nuevos, estudiaba por mi cuenta, aprendía música
y tocar instrumentos, leía sobre temas tan dispares como electrónica,
parapsicología o filosofía, religiones...
Nunca lo hice por obligación ni por reconocimiento, sino por la fascinación de
descubrir, de aprender cosas nuevas.
Y sigo creyendo que mantener viva la curiosidad es una de las formas más
nobles de permanecer joven, sin importar la edad.
3. La pregunta central: ¿qué es vivir inteligentemente?
La inteligencia no se mide solo por lo que sabemos, sino por
cómo usamos lo que sabemos para vivir mejor.
Vivir inteligentemente no significa evitar los errores ni tener miedo a
cometerlos, sino aprender de ellos.
No es acumular información, sino transformar cada experiencia en la comprensión
del tema que se estudia.
No es tener más, sino ser más consciente de lo que uno es.
Una vida inteligente es aquella que logra armonizar mente,
emoción, cuerpo y espíritu. Es la que no se limita a reaccionar, sino que
elige; la que no huye del cambio, sino que lo abraza; la que no se acomoda al
miedo, sino que se atreve a mirar más allá.
4. Hacia una forma más adecuada de vivir
No existe una receta única para vivir bien. Cada persona
debe encontrar su propio equilibrio, su propio sentido.
Aun así, hay principios que parecen universales en las vidas más plenas y
sabias:
- Autoconocimiento:
saber quién eres, reconocer tus fortalezas y aceptar tus sombras y
debilidades.
- Curiosidad
permanente: mantener la mente despierta y el espíritu abierto.
Percibir el mundo que te rodea y hacerte preguntas, para luego de estudiarlo
y analizarlo encontrar respuestas.
- Equilibrio:
dedicar tiempo a lo material y a lo espiritual, al trabajo y al descanso.
- Creatividad:
expresarte, inventar, construir algo propio, aunque sea sencillo. No
importa el campo en el que te expreses: literatura, arte plástico, música,
carpintería, maquetería, baile…
- Conexión
espiritual: sentir que formas parte de un todo mayor —la naturaleza,
la humanidad o el misterio del universo.
- Servicio
y empatía: ayudar, enseñar, compartir lo aprendido.
- Gratitud:
agradecer la oportunidad de estar vivo y seguir aprendiendo cada día.
Vivir inteligentemente, en definitiva, es vivir con
conciencia: elegir cada paso en lugar de dejarse arrastrar por la inercia.
5. Conclusión: el arte de vivir
La vida no es un problema que resolver, sino una obra que se
crea día a día.
Cada persona pinta su cuadro con los colores de sus decisiones, sus aciertos y
sus errores. No hay dos obras iguales.
Es componer una música que interpretas con un determinado
instrumento que es tu mente.
Lo importante es que, al final, uno pueda mirar su camino y decir: he
aprendido, he sentido, he buscado con honestidad y con todo esto he disfrutado
de estar vivo.
Vivir inteligentemente no es vivir más años, sino vivir despierto,
con curiosidad, amor y conciencia y desarrollar tu consciencia al máximo nivel
posible.
Y mientras el deseo de aprender siga vivo, la vida seguirá teniendo sabor a
descubrimiento, incluso en la vejez.
Porque la verdadera juventud no está en el cuerpo, sino en la mente que nunca
deja de asombrarse.
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