El fresco con el que se inicia la secuencia es el conocido como La separación de la luz y la oscuridad.
En esta obra, encontramos una representación de Dios que podría crearnos una cierta reminiscencia al todopoderoso Zeus griego o al Júpiter de la antigua Roma (caracterizado por una fuerte musculatura, una frondosa barba y una larga y rizada melena; podría verse como un ser altivo e impetuoso en un primer momento, pero a su vez esta representación en forma de hombre hace que el omnipotente Dios cristiano se acerque más a “lo terrenal” (el antropocentrismo era una pieza esencial en el Renacimiento y, sobre todo, en la representación de artistas como Miguel Ángel).
En cuanto a la acción, durante el primer día de la Creación, Dios se encuentra batallando entre el caos y, con sus dos manos extendidas, se representa la fuerza que tiene para poner orden y hacer surgir la luz de la palma de sus manos. Así, soportando el peso del cosmos, es capaz de separar el bien del mal, creando el día y la noche.
En el principio creó Dios los cielos y la tierra. La tierra era caos y confusión y oscuridad por encima del abismo, y un viento de Dios aleteaba por encima de las aguas. Dijo Dios: «Haya luz», y hubo luz. Vio Dios que la luz estaba bien, y apartó Dios la luz de la oscuridad: y llamó Dios a la luz «día», y a la oscuridad la llamó «noche». Y atardeció y amaneció: día primero. (Gn I, 1-5).
En esta obra, encontramos una representación de Dios que podría crearnos una cierta reminiscencia al todopoderoso Zeus griego o al Júpiter de la antigua Roma (caracterizado por una fuerte musculatura, una frondosa barba y una larga y rizada melena; podría verse como un ser altivo e impetuoso en un primer momento, pero a su vez esta representación en forma de hombre hace que el omnipotente Dios cristiano se acerque más a “lo terrenal” (el antropocentrismo era una pieza esencial en el Renacimiento y, sobre todo, en la representación de artistas como Miguel Ángel).
En cuanto a la acción, durante el primer día de la Creación, Dios se encuentra batallando entre el caos y, con sus dos manos extendidas, se representa la fuerza que tiene para poner orden y hacer surgir la luz de la palma de sus manos. Así, soportando el peso del cosmos, es capaz de separar el bien del mal, creando el día y la noche.
En el principio creó Dios los cielos y la tierra. La tierra era caos y confusión y oscuridad por encima del abismo, y un viento de Dios aleteaba por encima de las aguas. Dijo Dios: «Haya luz», y hubo luz. Vio Dios que la luz estaba bien, y apartó Dios la luz de la oscuridad: y llamó Dios a la luz «día», y a la oscuridad la llamó «noche». Y atardeció y amaneció: día primero. (Gn I, 1-5).
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