jueves, 25 de febrero de 2021

LA CAPILLA SIXTINA 37 (La creación del Sol, la Luna y las plantas )

 




La segunda escena, también llamada La creación del Sol, la Luna y las plantas, pertenece a los días tres y cuatro de la Creación.

Esta obra es destacable por la doble presencia de Dios, mostrando así su omnipresencia.

En la parte izquierda de la composición, Dios se muestra de espaldas al espectador haciendo surgir vegetación de la nada y en la parte derecha Dios está de frente, creando a su izquierda la Luna y a su derecha el Sol, acompañado de algunos ángeles.

Haciendo referencia a la publicación anterior, los mensajes que dejó ocultos Miguel Ángel en su obra se ven muy bien reflejados en este fresco junto con las argumentaciones de Borromeo: el Dios creador de la vegetación parece alejarse mostrando su trasero señal de irreverencia ante la Santa Iglesia Católica. Por otro lado, la influencia de Copérnico en Miguel Ángel en referencia a la teoría heliocéntrica hace que el artista represente a Dios señalando el Sol como nuevo símbolo del centro del mundo.



Dijo Dios: «Produzca la tierra vegetación: hierbas que den semillas y árboles frutales que den fruto, de su especie, con su semilla dentro, sobre la tierra». Y así fue. La tierra produjo vegetación: hierbas que dan semilla, por sus especies, y árboles que dan fruto con la semilla dentro, por sus especies; y vio Dios que estaba bien. Y atardeció y amaneció: día tercero. (Gn I, 11-13).

Entonces dijo Dios: «Haya lumbreras en la expansión de los cielos para separar el día de la noche, y sean para señales y para estaciones y para días y para años; y sean por luminarias en la expansión de los cielos para alumbrar sobre la tierra». Y así fue. E hizo Dios las dos grandes lumbreras, la lumbrera mayor para dominio del día y la lumbrera menor para dominio de la noche; hizo también las estrellas. Y Dios las puso en la expansión de los cielos para alumbrar sobre la tierra, y para dominar en el día y en la noche, y para separar la luz de las tinieblas; y vio Dios que estaba bien. Y atardeció y amaneció: día cuarto. (Gn I, 14-19).

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