La humillación se define como la acción y el efecto de herir el
amor propio o la dignidad de una persona, ya sea mediante palabras o actos,
para degradarla públicamente o en privado. Es un ejercicio de poder que
puede causar una profunda emoción de vergüenza, desprecio o indignidad en la
víctima. La humillación es perjudicial y puede manifestarse de diversas
formas, desde el acoso y las burlas hasta actos de violencia, y puede tener
efectos psicológicos y emocionales significativos en la víctima.
No obstante, desde los primeros textos religiosos conocidos, la humillación ocupa un lugar central en la relación entre lo divino y lo humano. En la Biblia, el Corán o los Vedas encontramos reiteradas exhortaciones a “humillarse ante Dios”, “reconocer la propia insignificancia” o “someter el yo” a una autoridad trascendente. Este gesto, presentado como virtud espiritual, ha moldeado durante milenios la manera en que los seres humanos conciben su propio valor, su libertad y su lugar en el cosmos.
1. El origen histórico de la sumisión religiosa
En las sociedades antiguas, la frontera entre dioses y
gobernantes era difusa. Los faraones egipcios, los reyes sumerios o los
emperadores mesopotámicos se proclamaban descendientes de los dioses o sus
representantes directos. Los textos sagrados de esas civilizaciones —incluyendo
algunos que más tarde influirían en la Biblia— describen a los dioses como seres
poderosos, coléricos y jerárquicos, que exigen obediencia y castigan la
desobediencia con severidad.
Si consideramos la posibilidad de que tales “dioses” fueran,
en realidad, seres con una tecnología o conocimiento muy superior (como
sostienen algunas interpretaciones alternativas de la historia), el panorama
cambia: el acto de “humillarse” habría surgido no de una necesidad espiritual,
sino de una relación de dominación. En este contexto, el sometimiento
del ser humano no era más que una estrategia de control.
Con el paso de los siglos, las religiones
institucionalizadas heredaron ese modelo de poder vertical. La autoridad divina
se tradujo en autoridad clerical. Así, las estructuras religiosas —y
luego las políticas— se basaron en la idea de que el ser humano debía rendir
su voluntad ante una instancia superior, ya fuera Dios, el rey o el Estado.
2. La psicología de la humillación
Desde la psicología, la humillación es una
experiencia emocional de pérdida de estatus, dignidad o autonomía. El psicólogo
Evelin Lindner, especialista en el tema, la define como “la emoción que surge
cuando una persona es forzada a una posición inferior que percibe como
injusta”. En otras palabras, humillar es despojar al otro de su poder interno.
La religión, al presentar la humillación como virtud,
introduce una ambigüedad psicológica: transforma un mecanismo de
sometimiento en un ideal moral. La persona “humilde” —que en su sentido
original simplemente significaba “de la tierra”, del latín humus— pasa a
ser aquella que se resigna, que no cuestiona, que acepta su inferioridad ante
el poder divino o institucional.
Este mecanismo genera lo que Erich Fromm llamó en El
miedo a la libertad una sumisión voluntaria: el individuo renuncia a
su autonomía a cambio de seguridad y pertenencia. En términos modernos,
podríamos decir que la humillación internalizada se convierte en una
herramienta de control psicológico masivo.
3. La perpetuación del modelo: del templo al sistema
Las élites religiosas y políticas han comprendido
históricamente que un pueblo que se considera indigno o pecador es más fácil
de gobernar. La culpa, la obediencia y el miedo a la desobediencia se
convierten en resortes del poder. Por eso, incluso en sociedades aparentemente
secularizadas, persisten estructuras simbólicas que repiten el patrón:
jerarquías rígidas, culto a la autoridad, castigos por la disidencia.
El mensaje sigue siendo el mismo: “humíllate ante el
sistema”. Ya no ante los dioses del desierto, sino ante las corporaciones,
los gobiernos, o las instituciones que monopolizan el conocimiento y los
recursos. En este sentido, la religión antigua fue el prototipo psicológico
de las formas modernas de dominación.
4. Recuperar la dignidad como acto espiritual
Paradójicamente, las mismas tradiciones que enseñaron la
humillación también contienen semillas de liberación interior. En los
místicos, los gnósticos o los reformadores espirituales encontramos una
reinterpretación radical: humillarse ante Dios no significa degradarse, sino trascender
el ego y reconectar con la conciencia universal.
Sin embargo, esta lectura fue marginada por las jerarquías
religiosas, porque un ser humano consciente de su propio poder espiritual ya
no es manipulable. Recuperar esa dignidad —la conciencia de que somos parte
creadora del universo, no siervos— puede considerarse hoy un acto de
emancipación tanto psicológica como espiritual.
Esta es una demostración más de como las élites nos han programado y nos siguen programando. Por ello es necesario que aumentemos nuestra consciencia y así nos podremos desprogramar.
Conclusión
La humillación, en su versión institucionalizada, ha sido
uno de los mecanismos más eficaces de control humano. Nació en un contexto
histórico donde el poder se revestía de divinidad, y se perpetuó a través de la
religión, la política y la cultura. Comprender este proceso —desde la historia
y la psicología— es un primer paso para desactivar su efecto: dejar de
confundir sumisión con virtud, y reconocer que la verdadera humildad no
es servidumbre, sino conciencia lúcida de nuestra propia grandeza compartida.
Por todo esto es muy importante controlar y erradicar el tema del Bullying o acoso que se produce en los colegios entre jóvenes.
 
 
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