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martes, 21 de octubre de 2025

La humillación como instrumento de poder

 



La humillación se define como la acción y el efecto de herir el amor propio o la dignidad de una persona, ya sea mediante palabras o actos, para degradarla públicamente o en privado. Es un ejercicio de poder que puede causar una profunda emoción de vergüenza, desprecio o indignidad en la víctima. La humillación es perjudicial y puede manifestarse de diversas formas, desde el acoso y las burlas hasta actos de violencia, y puede tener efectos psicológicos y emocionales significativos en la víctima.

No obstante, desde los primeros textos religiosos conocidos, la humillación ocupa un lugar central en la relación entre lo divino y lo humano. En la Biblia, el Corán o los Vedas encontramos reiteradas exhortaciones a “humillarse ante Dios”, “reconocer la propia insignificancia” o “someter el yo” a una autoridad trascendente. Este gesto, presentado como virtud espiritual, ha moldeado durante milenios la manera en que los seres humanos conciben su propio valor, su libertad y su lugar en el cosmos.

1. El origen histórico de la sumisión religiosa

En las sociedades antiguas, la frontera entre dioses y gobernantes era difusa. Los faraones egipcios, los reyes sumerios o los emperadores mesopotámicos se proclamaban descendientes de los dioses o sus representantes directos. Los textos sagrados de esas civilizaciones —incluyendo algunos que más tarde influirían en la Biblia— describen a los dioses como seres poderosos, coléricos y jerárquicos, que exigen obediencia y castigan la desobediencia con severidad.

Si consideramos la posibilidad de que tales “dioses” fueran, en realidad, seres con una tecnología o conocimiento muy superior (como sostienen algunas interpretaciones alternativas de la historia), el panorama cambia: el acto de “humillarse” habría surgido no de una necesidad espiritual, sino de una relación de dominación. En este contexto, el sometimiento del ser humano no era más que una estrategia de control.

Con el paso de los siglos, las religiones institucionalizadas heredaron ese modelo de poder vertical. La autoridad divina se tradujo en autoridad clerical. Así, las estructuras religiosas —y luego las políticas— se basaron en la idea de que el ser humano debía rendir su voluntad ante una instancia superior, ya fuera Dios, el rey o el Estado.

2. La psicología de la humillación

Desde la psicología, la humillación es una experiencia emocional de pérdida de estatus, dignidad o autonomía. El psicólogo Evelin Lindner, especialista en el tema, la define como “la emoción que surge cuando una persona es forzada a una posición inferior que percibe como injusta”. En otras palabras, humillar es despojar al otro de su poder interno.

La religión, al presentar la humillación como virtud, introduce una ambigüedad psicológica: transforma un mecanismo de sometimiento en un ideal moral. La persona “humilde” —que en su sentido original simplemente significaba “de la tierra”, del latín humus— pasa a ser aquella que se resigna, que no cuestiona, que acepta su inferioridad ante el poder divino o institucional.

Este mecanismo genera lo que Erich Fromm llamó en El miedo a la libertad una sumisión voluntaria: el individuo renuncia a su autonomía a cambio de seguridad y pertenencia. En términos modernos, podríamos decir que la humillación internalizada se convierte en una herramienta de control psicológico masivo.

3. La perpetuación del modelo: del templo al sistema

Las élites religiosas y políticas han comprendido históricamente que un pueblo que se considera indigno o pecador es más fácil de gobernar. La culpa, la obediencia y el miedo a la desobediencia se convierten en resortes del poder. Por eso, incluso en sociedades aparentemente secularizadas, persisten estructuras simbólicas que repiten el patrón: jerarquías rígidas, culto a la autoridad, castigos por la disidencia.

El mensaje sigue siendo el mismo: “humíllate ante el sistema”. Ya no ante los dioses del desierto, sino ante las corporaciones, los gobiernos, o las instituciones que monopolizan el conocimiento y los recursos. En este sentido, la religión antigua fue el prototipo psicológico de las formas modernas de dominación.

4. Recuperar la dignidad como acto espiritual

Paradójicamente, las mismas tradiciones que enseñaron la humillación también contienen semillas de liberación interior. En los místicos, los gnósticos o los reformadores espirituales encontramos una reinterpretación radical: humillarse ante Dios no significa degradarse, sino trascender el ego y reconectar con la conciencia universal.

Sin embargo, esta lectura fue marginada por las jerarquías religiosas, porque un ser humano consciente de su propio poder espiritual ya no es manipulable. Recuperar esa dignidad —la conciencia de que somos parte creadora del universo, no siervos— puede considerarse hoy un acto de emancipación tanto psicológica como espiritual.

Esta es una demostración más de como las élites nos han programado y nos siguen programando. Por ello es necesario que aumentemos nuestra consciencia y así nos podremos desprogramar.


Conclusión

La humillación, en su versión institucionalizada, ha sido uno de los mecanismos más eficaces de control humano. Nació en un contexto histórico donde el poder se revestía de divinidad, y se perpetuó a través de la religión, la política y la cultura. Comprender este proceso —desde la historia y la psicología— es un primer paso para desactivar su efecto: dejar de confundir sumisión con virtud, y reconocer que la verdadera humildad no es servidumbre, sino conciencia lúcida de nuestra propia grandeza compartida.

Por todo esto es muy importante controlar y erradicar el tema del Bullying o acoso que se produce en los colegios entre jóvenes.


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