En España desde hace tiempo hay más perros que niños. Se observa en muchas calles, plazas y parques de pueblos y ciudades y no es una apreciación subjetiva. Las estadísticas lo constatan: El 1 de julio pasado había 6,6 millones de habitantes de entre 0 y 14 años, según los datos del INE, y en España existen más de 9,3 millones de perros censados según las cifras que maneja la Asociación Nacional de Fabricantes de Alimentos para Animales de Compañía (Anfaac).
La población infantil española se ha reducido a la mitad desde 1960. “Si ese año los niños de 0 a 14 años representaban el 27% de la población total, en el 2021 apenas constituían el 14%”.
Las circunstancias hacen que cada vez se convive menos con ellos, por lo que cuando están fuera de los espacios destinados a su educación y a sus juegos molestan, incordian... Y una sociedad con niños es motor, es cambio, y compartir la vida cotidiana con niños supone momentos de risas, de bromas, de aprendizaje, de compartir, de cariño, de atención y apoyo, de paciencia y tolerancia...”, si no tenemos niños todo esto se pierde.
Recuerdo cuando visitaba a mi suegro en la residencia donde estaba, como todos los habitantes de la misma se alegraban cuando veían a mis nietos que me los llevaba conmigo para que vieran a su bisabuelo.
Si los niños escasean aumenta la soledad, y esto lleva al deseo de aliviarla compartiendo tiempo y espacio con un animal, lo que justificaría el creciente número de hogares con perros.
Está claro que es difícil pensar en niños en una sociedad con unos salarios precarios que hacen muy difícil la subsistencia individual y aún más tener personas a cargo, donde los vínculos personales no son muy sólidos y las relaciones poco estables, donde la dificultad de acceder a una vivienda impide independizarse o ampliar la familia, donde las ayudas familiares son nimias y donde prima el narcisismo. “Ha cundido una especie de utilitarismo muy pragmático y muchas personas se preguntan de qué les sirve tener hijos si es una inversión muy costosa, sin garantía alguna, y que obstaculiza carreras profesionales y su desarrollo económico, que reduce la libertad personal y la expansión social; y para otros el planteamiento es ‘¿cómo vas a traer un niño a este mundo si lo que le espera es un escenario de basura, de crisis climática o posnuclear?”
Una de las funciones de la reproducción es establecer el vínculo paterno filial y materno filial, una conexión biológica que la cultura y la sociedad reforzaban como vínculo permanente y no casual o fortuito, es decir, hasta la muerte de las dos partes.
“El vínculo padres-hijos es el único que queda inquebrantable, ya que el matrimonio o la amistad son casuales o fortuitos, están vinculados a la subjetividad (la relación se mantiene mientras es satisfactoria para las partes); y que ese vínculo escasee es un cambio fundamental (y no necesariamente negativo) en la forma de relacionarnos, porque significa que las relaciones primarias (las que nos vienen impuestas, como la familia, el lugar de nacimiento...) casi han desaparecido y todas las relaciones que mantenemos son elegidas”
“El paradigma imperante hoy es ‘vida solo hay una y solo pienso en mí’, y eso provoca que sea más importante la vida, que uno pueda tener, que procrear o que el niño pueda tener, que además se ve como un límite a las experiencias o posibilidades que se desea tener”.
Conforme gana espacio el discurso del confort, del placer, la diversión y la libertad, pierde importancia la familia y tener hijos es solo una opción. “No es solo cuestión de egoísmo, sino que tener una familia es muy caro y lo costoso implica renuncias, y la gente no quiere renunciar”.
El hecho de que los niños sean un bien escaso no tiene por qué ser malo si no se les sobreprotege y no se endiosa la infancia. “Ojalá más personas optaran por tener perros y no niños para satisfacer su pulsión de cuidar a otro y prolongarse en otro ser, porque muchas veces no están preparados y esto trae muchos problemas, pues no se les educa adecuadamente, lo que puede llevar a provocar traumas en los niños que al ser mayores provocará problemas a sí mismos y a la sociedad”.
El hecho de que demográficamente se avance hacia una sociedad eminentemente adulta también conlleva cambio de valores. Probablemente el principal sea que nos hacemos menos tolerantes, en especial ante la frustración. “Vivir con niños requiere tolerancia, paciencia, sacrificio, renuncia y ductilidad, porque hay que adaptarse a los imprevistos que le ocurren al niño, a su aprendizaje lento, a la necesidad de repetirle las cosas... y la ausencia de esta experiencia nos hace más narcisistas, egocéntricos y menos capaces de empatizar y de entender al otro, de compartir o de ceder”.
En una sociedad predominantemente adulta se pierde la referencia de los valores que identificamos con la niñez, “como la ingenuidad, la curiosidad, la espontaneidad, el juego, la mirada limpia, el placer del descubrimiento...”.
Al mismo tiempo, debido a la mayor esperanza de vida, se están ampliando las etapas de la adolescencia y de la juventud y nadie quiere ser mayor. “Vamos a una sociedad adulta, pero que se infantiliza, donde los adultos buscan simular la experiencia infantil y juvenil, y valores como la responsabilidad y el compromiso decaen en favor de otros más propios de personas infantiles”.
El descenso de la natalidad también conlleva cambios urbanísticos; el envejecimiento de la población altera desde los equipamientos necesarios en los parques hasta la distribución de los hospitales o la regulación del tráfico y de los semáforos o los horarios de las actividades.
“El tamaño del hogar se va reduciendo; la tendencia es, si se tiene hijos, tener uno, y las familias con más de dos son una rareza, y eso afecta a la red familiar y tiene implicaciones para el urbanismo, para la planificación de los servicios de atención, para la sanidad, para la educación, para los cuidados a personas mayores en el futuro...”.
“La idea de familia nuclear padre-madre-hijos se ha roto; hay un auge de los hogares unipersonales y de hogares compartidos o de cohabitación tanto de jóvenes como de maduros y eso afecta al diseño de las viviendas, que cada vez se centra más en las zonas comunes en detrimento de las habitaciones, porque ya no hacen falta dormitorios de matrimonio”.
La pobreza de niños, sumada a la tendencia a excluirlos de muchos espacios públicos (desde hoteles hasta restaurantes pasando por las iglesias) “porque molestan, desordenan, enfadan y alteran nuestra agenda”, está haciendo que desaparezca el encuentro intergeneracional. Y lo considero una gran pérdida. “La relación intergeneracional es de una gran riqueza porque te obliga a ampliar la mente; el niño es un pequeño filósofo, no tiene la esclavitud de lo políticamente correcto y desde su inocencia te cuestiona e interroga y te obliga a salir de tu área de confort; esas preguntas libres y ese diálogo con el niño son un despertador para pensar, y se está perdiendo”.
Además, esa falta de interacción intergeneracional también conlleva carencias afectivas para muchas personas. “Se multiplican los perros y las mascotas porque tenemos necesidad de afecto, de interactuar con un ser vivo que pueda reconocerte, manifestar alegría o tristeza, y que nos haga sentir acompañados, pero sin tener que asumir el compromiso, la responsabilidad de educar y la inversión en tiempo y dinero que requiere un hijo”.
Especialmente en Europa tenemos un problema añadido: Sabido es que el pueblo musulmán no tiene problema alguno en traer a la vida gran número de niños y en la actualidad gran número de ellos emigran de sus países de origen, viniendo a vivir a Europa. Por tanto ya, en la actualidad, hay muchos musulmanes que han nacido aquí y por tanto son europeos. Muchos de estos jóvenes se apuntan a la Yihad viajando a Siria y otros países similares para recibir el espaldarazo a su fanatismo ideológico, pero este es un problema menor. También sabemos que Arabia Saudí no solo financia a DAES y otros grupos terroristas sino que implanta en todos los países europeos sus mezquitas para mantener unidos a los musulmanes y su ideología. Pero lo importante es que dentro de unas décadas, en Europa, vivirán una mayoría de musulmanes, los cuales formarán parte de los parlamentos de todos los países de la Unión Europea y cuando ellos sean mayoría serán quienes dirijan Europa imponiendo su ideología y sus leyes, que pertenecen a la época medieval.
Menos mal que para entonces yo ya habré emigrado del planeta Tierra.
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