“El primer día de la semana, va María Magdalena de madrugada al sepulcro, cuando todavía estaba oscuro, y ve la piedra quitada del sepulcro. Echa a correr y llega donde Simón Pedro y donde el otro discípulo a quien Jesús quería y les dice: «Se han llevado del sepulcro al Señor, y no sabemos dónde le han puesto». Salieron Pedro y el otro discípulo y se encaminaron al sepulcro. Corrían los dos juntos, pero el otro discípulo corrió por delante más rápido que Pedro y llegó primero al sepulcro. Se inclinó y vio las vendas en el suelo; pero no entró. Llega también Simón Pedro siguiéndole, entra en el sepulcro y ve las vendas en el suelo, y el sudario que cubrió su cabeza, no junto a las vendas, sino plegado en un lugar aparte…hasta entonces no había comprendido que, según las Escrituras, Jesús debía resucitar de entre los muertos.”(Jn 20, 1-9)
Aunque Juan no dice nada sobre los soldados, Lucas lo dice así: "De pronto se produjo un fuerte terremoto, pues un ángel del Señor, que había bajado del cielo, se acercó al sepulcro, removió la piedra que cerraba la entrada y se sentó sobre ella. 3 Resplandecía como un relámpago y sus vestiduras eran blancas como la nieve. 4 Los soldados que guardaban el sepulcro se echaron a temblar de miedo y se quedaron como muertos". En esto se basan los pintores para pintar ese momento.
Éste es el episodio que cierra el ciclo dedicado a la vida de Cristo y que da sentido a todo el resto: la Resurrección del Hijo de Dios, acontecimiento salvador para todo el género humano. Esta escena, prevista para el ciclo original del siglo XV, fue pintada por Ghirlandaio. Pero, en 1522, se cayó un arquitrabe que destruyó el fresco original; por este motivo, se le encargó al pintor flamenco manierista Van den Broeck rehacer la escena, dejándola tal y como la conocemos hoy.
La mayoría de los pintores han representado siempre esta escena como que Cristo estaba enterrado en un gran ataúd de mármol, pero nada más lejo de la verdad, pues se trataba de un habitáculo horadado en la piedra y cerrado con una gran losa de piedra que un hombre solo no podía mover. La otra parte imaginativa es que al salir del sepulcro tenía que irradiar una gran luz cosa absolutamente insólita pues no le interesaba llamar la atención, de hecho ni siquiera sus apóstoles le reconocieron cuando se presentó ante ellos.
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