Los últimos medallones están situados en La embriaguez de Noé y son La caída de Antíoco y El suicidio de Razías.
La caída de Antíoco narra, en el Segundo libro de los Macabeos, cómo Dios castigó a Antíoco, enemigo de los judíos. Unos fuertes calambres abdominales hicieron que cayera del carro en el que iba durante la batalla.
Arrebatado de furor, pensaba vengar en los judíos la afrenta de los que le habían puesto en fuga, y por eso ordenó al conductor que hiciera avanzar el carro sin parar hasta el término del viaje. Pero ya el juicio del Cielo se cernía sobre él, pues había hablado así con orgullo:«En cuanto llegue a Jerusalén, haré de la ciudad una fosa común de judíos». Pero el Señor Dios de Israel que todo lo ve le hirió con una llaga incurable e invisible: apenas pronunciada esta frase, se apoderó de sus entrañas un dolor irremediable, con agudos retortijones internos, cosa totalmente justa para quien había hecho sufrir las entrañas de otros con numerosas y desconocidas torturas. Pero él de ningún modo cesaba en su arrogancia; estaba lleno todavía de orgullo, respiraba el fuego de su furor contra los judíos y mandaba acelerar la marcha. Pero sucedió que vino a caer de su carro que corría velozmente y, con la violenta caída, todos los miembros de su cuerpo se le descoyuntaron. (2 M 9, 4-7).
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