Tan pronto Alejandro vislumbró a lo lejos la multitud de blancos ropajes, a los sacerdotes con sus túnicas de bisús y a los grandes sacerdotes vestidos de jacinto y oro, con turbante y la placa dorada con el nombre de Dios grabado en ella, se adelantó en solitario para mostrar su reverencia ante el nombre, y saludó a los grandes sacerdotes antes que a nadie. ( F. Josefo: Antigüedades judías, libro XI, capítulo VIII, párrafo 5).
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