miércoles, 2 de noviembre de 2022

LA OTRA HISTORIA DE CRISTO capítulo XX

 






Les hacía creer que ellos iban a tener un trato especial: que los reclutó primero porque ellos iban a ser los primeros. Y eso nos retorna a la escena de la Unción.

Escena clave. Ahora tenía que elegir quien lo unja y todos daban por sentado que iba a elegir o a su hermano inmediato inferior -en edad- Pedro, o a la madre.

Lo daban absolutamente por sentado. Por eso, se constituye en un golpe de efecto tremendamente dramático en la historia, que Jesús elija para que lo unja a una, por ahora permítanme usar la palabra, “pecadora”.

Iba a entrar en Jerusalén donde tenía que hacer todos los milagros. Pero las Profecías le exigían entrar como Cristo o sea, tenía que Ungirse.

La Unción me la ganaba yo, con toda esa instrucción, pero yo tenía el Honor de darle el honor a alguien. Ni discípulo varón, ni familiar. Sino, mujer y discípula. Por lo menos discípula ¿O encima, algo más, algo peor?

De Boda en Caná
Empecemos por decir bien claro, que es absolutamente impensable por ley de la Mishnah, Deuteronomio, que un Rabí sea solterito y sin apuros: El Rabí era casado o no era Rabí.
Los 300 primeros años de iglesia, no hubo ley alguna que prohibiera el matrimonio del clero.

 La primera idea del celibato, aparece recién en el 305 dc, en el Concilio Regional del Elvira, pero fue rechazada. Rechazo que se prolongó 20 años después, en el de Nicea -que no fue regional, sino general de toda la Iglesia- Y que se prolongó durante los 7 Concilios Ecuménicos –que son los concilios de la iglesia antes de las divisiones, como por ejemplo la anglicana, la ortodoxa, etc. que, vale decirlo, ninguna tiene celibato-.


Recién en el año 385 el Papa Siricio ordenó el celibato de los sacerdotes con muchísima oposición, en la palabra y en los hechos: gran parte del clero, continuó viviendo con sus esposas.

Mateo 8,14:
“Vino Jesús a casa de Pedro y vio a la suegra de este postrada en cama con fiebre”
En un párrafo que retomaremos más adelante, porque contiene otra clave sumamente fundamental, Pablo dice:

Primera Carta de Corintios 9,5:
“Tengo todo el derecho de recibir comida y bebida y también llevar conmigo una esposa cristiana como lo hacen los otros apóstoles, los hermanos del Señor y Cefas”. Y si eso ya no deja lugar a dudas de que los muchachos podían llevar esposas con ellos, en la Primera Carta a Timoteo 3,2 directamente dice – muy peirceanamente, por cierto- que eso no sólo es Posible sino Necesario:

“Es necesario que el obispo sea irreprensible, marido de una sola mujer”
Pero el plato más fuerte aún, está un parrafito más adelante de esa misma Primera Carta a Timoteo 4, 1-4 pues como una especie de Profecía, advierte que:

“Pero el Espíritu dice claramente que en los postreros tiempos algunos apostatarán de la fe, escuchando a espíritus engañadores y a doctrinas de demonios; 2 por la hipocresía de mentirosos que, teniendo cauterizada la conciencia, 3 prohibirán casarse, y mandarán abstenerse de alimentos que Dios creó para que con acción de gracias participasen de ellos los creyentes y los que han conocido la verdad. 4 Porque todo lo que Dios creó es bueno, y nada es de desecharse, si se toma con acción de gracias”.

Absolutamente contundente y se transforma en directamente demoledor si se lo combina con la practicidad anti-hipocresía de lo que el mismo Pablo recomienda en la Primera Carta a Los Corintios 7,8:

“A los solteros y a las viudas les digo que es bueno quedarse sin casar como yo; 9 pero si no pueden controlar su naturaleza que se casen porque más vale casarse que consumirse de pasión.

Para decirlo en una sola frase: qué raro que si Cristo se casó, su Boda no figure en la Biblia.
¿Cómo puede ser que no se mencione una Boda así en los Evangelios?

Un milagro estupidísimo: Transformar el agua en vino. Uno dice, para primer milagro, una cosa tan boba? ¿Para presentarse en público, una cosa tan menor como transformar el agua en vino? Cuando además era el milagro en el cual él se daba a conocer como el Mesías. Algo se oculta en eso.

En cuanto se Recorre la Boda de Caná sin los preconceptos hipnóticos, todo se torna absolutamente sospechoso, pues Jesús y su madre, se comportan como perfectos anfitriones.

Aunque se los quiere hacer figurar como invitados (pues por motivos que mucho más tarde veremos, cuando develemos nada menos que el tema del Grial, al matrimonio de Cristo había que mantenerlo lo más oculto posible) en ningún punto se comportan como invitados:
Llega Jesús con su madre y toda su cohorte. Advirtamos que todavía no se había dado a conocer en su ministerio público -él volvía de su instrucción- y ya andaba con los discípulos y con la mamá atrás ¿y los invitan a todos? Raro.

Ya esto no cuajaría con una invitación social. Pero muchísimo menos cuaja aún con las normas y costumbres sociales –que los hebreos recontra respetaban- la conducta que toma María: literalmente asume el papel de un anfitrión y no de un invitado en una fiesta.

Claramente: se ocupa de las provisiones, le da órdenes al maestre sala, al jefe de los mozos y la obedecen. Por qué, si ella era una invitada. Y hace algo que en medio oriente constituye directamente una ofensa terrible: que un invitado le quiera resolver la falta de algo a alguien que organizó una fiesta. Es al revés: no puede faltar nada, y cuando termina la fiesta estás obligado a llevarte el paquetito. Hay que ponerse en ese contexto, y qué dice la Biblia: a los que hicieron la fiesta se les acabó el vino.

Pero Idishe Mame al fin, ignora completamente lo que el hijo dice; y por muy Mesías, zelote y ungido que él sea logra lo que quiere de su hijito.

Juan 2,3:
“Y faltando el vino, la madre de Jesús le dijo: No tienen vino. 4 Jesús le dijo: ¿Qué tienes conmigo, mujer? Aún no ha venido mi hora. Su madre dijo a los que servían: Haced todo lo que os dijere”

Primero, que el joven usa sus súper poderes para hacer vino en una fiesta y porque la madre dice. Y no es que se estaba muriendo alguien y él tuvo que entrar en acción sino que era para tomarse unos vinitos en una fiestita.

Y que el Gran Ungido, Primogénito Davídico y Aarónico, Esperanza del Mundo, que pasó las pruebas más duras en los Templos más Herméticos de Egipto, al que no pudieron dominar ni los Brahmanes de la India no pueda sostener un “no” –que manifiestamente trató de decirle- ante la madre.

Y no sólo él: el jefe de ceremonias, los sirviente y los mozos también la obedecen.

Y viene ahora en Juan 2,9:
“Cuando el maestresala probó el agua hecha vino, sin saber él de dónde era, aunque lo sabían los sirvientes que habían sacado el agua, llamó al esposo, y le dijo: Todo hombre sirve primero el buen vino, y cuando ya han bebido mucho, entonces el inferior; mas tú has reservado el buen vino hasta ahora”

¿Quién había propiciado el vino? Cristo. ¿Y a quién dice que llamó para felicitarlo por   el buen vino que sirvió? Al esposo, que sirvió el vino. Entonces ¿cómo está nombrado Cristo, el que sirvió el vino? como el esposo.

Si tienen ocasión de ir al Louvre, cuando se hayan decepcionado suficientemente de La Gioconda, antes de ir a pedir que les devuelvan el precio de la entrada, mírenle el dedito de la mano izquierda apenas levantadito, como queriendo señalar algo, y vean –por pura casualidad- hacia dónde sugiere mirar:

Hacia el cuadro que devela uno de los puntos más ocultos de la historia de Cristo: Las Bodas De Caná, de Veronese.

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