miércoles, 9 de noviembre de 2022

LA OTRA HISTORIA DE CRISTO capítulo XL





Mateo 27,32:
“Cuando salían, hallaron a un hombre de Cirene que se llamaba Simón; a éste obligaron a que llevase la cruz”

Lucas 23,26:
“Y llevándole, tomaron a cierto Simón de Cirene, que venía del campo, y le pusieron encima la cruz para que la llevase tras Jesús”

Ubicado eso es obligatorio preguntarse entonces ¿por qué le dan algo de beber? Y peor aún: los romanos –tan compasivos y caritativos ellos- degradándose al lugar de un sirviente que le da de beber a un reo crucificado y para colmo de los colmos judío.

En suma, estoy tratando de que quede claro que no se le daba de beber en la Cruz al crucificado. Sí, le daban antes de subir a la Cruz, si era judío, una pócima -porque el Deuteronomio así lo decía- que si era entre judíos, solía ser una tacita de vino con incienso adentro, para que si quería tomarla, le bajara un poco la conciencia, se adormezca y sufra un poco menos.

En la Biblia consigna claramente que Jesús rechaza la taza, no quiere la taza de vino –pues el condenado podía decidir si la tomaba o no- Es la Biblia abierta, la canónica, dice claramente Cristo dijo “no quiero”:

Mateo 27,34:
“Le dieron a beber vinagre mezclado con hiel; pero después de haberlo probado, no quiso beberlo”

Mucho más contrasentido entonces con que después él mismo haya pedido tomar algo porque tenía sed.

A no ser que hasta un momento muy determinado y muy planificado, necesitara mantenerse muy consciente, y por eso rechazó el vino con incienso.

Necesidad de no beber para mantenerse consciente que se confirma plenamente en cuanto, por contraste, vemos qué sucedió de manera literalmente inmediata en cuanto bebió lo que –insólitamente, insisto- le dieron en la Cruz. En seguida lo retomaremos –hablando de “tomar”.
La pregunta se impone sola: ¿qué pasó que de pronto los soldados se convencieron de que Cristo había muerto en tan poco tiempo?

¿Qué pasó? Pasó La Esponja. El primero, es el Centurión romano: Longinus. Un personaje tan clave, que hasta los historiadores se ocuparon de explicar quién fue. Y no un historiador, sino dos: Eusebio de Cesárea y Plinio El Viejo.

Eusebio de Cesárea dice que había un Centurión, Longinus, en complot con Jesús. Aclara que su nombre original no era Longinus, sino Cayo Casio y que debió cambiarse el nombre para no ser identificado, pues luego de la Cruz es a quien Jesús le regala el Manto. Se trata del famoso Manto Sagrado que le ponen a Jesús cuando lo bajan de la Cruz -no confundir con la Sindona-. El manto tenía un poder simbólico muy importante, y para los creyentes tenía un poder directamente sobrenatural. Que se lo haya regalado a Longinus, dice entonces claramente dos cosas: que tenía una cercanía suprema con Jesús, y que Jesús tenía alguna especie de deuda con él.

Pero Eusebio de Cesárea agrega algo más, espectacularmente importante. Tanto que trasciende por completo lo que en este momento podemos abarcar: “Longinus fue el encargado de Custodiar el Grial”. Longinus es tan importante, que también dos Apócrifos se ocupan de él: El Apócrifo de Nicodemo y Los Hechos de Pilatos.

Lucas 7,1:
“Después que hubo terminado todas sus palabras al pueblo que le oía, entró en Capernaum. 2 Y el siervo de un centurión, a quien éste quería mucho, estaba enfermo y a punto de morir. 3 Cuando el centurión oyó hablar de Jesús, le envió unos ancianos de los judíos, rogándole que viniese y sanase a su siervo. 4 Y ellos vinieron a Jesús y le rogaron con solicitud, diciéndole: Es digno de que le concedas esto; 5 porque ama a nuestra nación, y nos edificó una sinagoga. 6 Y Jesús fue con ellos. Pero cuando ya no estaban lejos de la casa, el centurión envió a él unos amigos, diciéndole: Señor, no te molestes, pues no soy digno de que entres bajo mi techo; 7 por lo que ni aun me tuve por digno de venir a ti; pero di la palabra, y mi siervo será sano. 8 Porque también yo soy hombre puesto bajo autoridad, y tengo soldados bajo mis órdenes; y digo a éste: Ve, y va; y al otro: Ven, y viene; y a mi siervo: Haz esto, y lo hace. 9 Al oír esto, Jesús se maravilló”

Mateo 8,5:
“Entrando Jesús en Capernaum, vino a él un centurión, rogándole, 6 y diciendo: Señor, mi criado está postrado en casa, paralítico, gravemente atormentado. 7 Y Jesús le dijo: Yo iré y le sanaré. 8 Respondió el centurión y dijo: Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo; solamente di la palabra, y mi criado sanará. 9 Porque también yo soy hombre bajo autoridad, y tengo bajo mis órdenes soldados; y digo a éste: Ve, y va; y al otro: Ven, y viene; y a mi siervo: Haz esto, y lo hace. 10 Al oírlo Jesús, se maravilló”

Pero en ambos casos no hay dudas de que el Centurión quería que lo ayude, pero no quería que Cristo fuera a la casa. Es tan claro como comprensible que trataba de evitar que vean a un judío enemigo de Roma, entrando en la casa de un Centurión Romano.

Tan claro, como que quería que Cristo lo ayudara y que el Centurión tenía poder sobre su ejército. Y tan claro como que eso a Cristo –según Lucas y Marcos- le maravilló. Y cuando hablamos de eso, hablamos de que, a través del Centurión, Cristo se había entramado el más que estratégico acceso a tener poder sobre los soldados romanos. A pura Magia.
Pero en seguida veremos que junto a eso entramó a alguien más de – por lo menos- la misma importancia, pero no militar sino social: un personaje rico y de la nobleza.

Solamente consideremos lo que significa Longinus el Centurión. Se trata realmente un personaje más que clave. Una aguja en varios pajares: de hecho, es el único romano que en toda la Biblia aparece como seguidor de Cristo. Y más importante aún: el único al que atribuyen haber dicho la patognomónica frase distintiva con esa con la que vimos que se reconoce al Mesías: “Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios”

Es decir, no hay indicio alguno de que haya sido comprado, era un verdadero seguidor. Sí podía suceder que él contribuyera para que se comprara a sus soldados -pero él, no hay por qué pensar que haya sido pagado- Y de hecho, muy sintomáticamente, hay dos escenas de la Cruz donde los soldados y un soldado operan de manera más que sospechosa.

Y ambas están consignadas por Juan, que es el único evangelista que estuvo al pie de la Cruz, y por lo tanto su testimonio es de primera mano.

Juan 19,23, dice que:
“Cuando los soldados hubieron crucificado a Jesús, tomaron sus vestidos, e hicieron cuatro partes, una para cada soldado. Tomaron también su túnica, la cual era sin costura, de un solo tejido de arriba abajo. 24 Entonces dijeron entre sí: No la partamos, sino echemos suertes sobre ella, a ver de quién será. Esto fue para que se cumpliese la Escritura, que dice: Repartieron entre sí mis vestidos, Y sobre mi ropa echaron suertes. Y así lo hicieron los soldados.

La escena muestra con claridad que no hicieron lo que habitualmente hacían los soldados sino que justo ¿qué se les ocurrió? casualmente, justito lo necesario para cumplir la Profecía. Exactamente esa misma estructura de no cumplimiento de lo habitual, que desemboca en el cumplimiento de la Profecía –de que todos sus huesos tenían que estar sanos, en este caso- y en algo más, mucho más sospechoso aún, es lo que testimonia Juan 19,33-34:

“Pero al llegar a Jesús, como le vieron ya muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados le atravesó el costado con una lanza y al instante salió sangre y agua”
Lo cual nos ubica de lleno ante la escena del famoso “lanzazo” en el costado.

Plinio El Viejo dice que un soldado –por lo tanto, respondía a Longinus- lo que le hizo a Jesús con la lanza, fue un “Pilus”. Pero antes, aparece el otro personaje entramado, de enorme importancia, que antes anticipábamos. Otro de esos que la Biblia al mismo tiempo muestra y esconde:

Marcos 15,42:
“Cuando llegó la noche, porque era la preparación, es decir, la víspera del día de reposo, 43 José de Arimatea, miembro noble del concilio, que también esperaba el reino de Dios, vino y entró osadamente a Pilato, y pidió el cuerpo de Jesús”

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